La historiografía de los totalitarismos


Al hablar del totalitarismo como forma de organización política solemos distinguir entre regímenes de izquierdas y de derechas. Esta diferenciación tiene su base sólida: la filiación ideológica de los mismos. Sin embargo, a nadie se le escapa que detrás de cada uno de ellos se esconde un sustrato común. Descubrirlo al lector no es la misión de este breve artículo.

Sin embargo, me parecía imprescindible partir de esa premisa antes de abordar su verdadera temática. Los paralelismos entre el nacionalsocialismo y el socialismo real de tipo soviético –sin duda los representantes más paradigmáticos de ambas familias- son evidentes, y sus manifestaciones abundantes. Con ocasión de este escrito me interesa destacar tan sólo una: el total rechazo hacia la ideología democrático-liberal. Y más en concreto a su forma de entender y “hacer” la Historia.

En oposición al discurso histórico predominante en el siglo XIX, tanto los nazifascistas como los marxistas plantearon una nueva interpretación del pasado que, a su vez, abría las puertas a un futuro con sus respectivas ilusiones mesiánicas.

La historiografía de los totalitarismos es, pues, la cuestión a tratar en este artículo. No obstante, entiendo que abarcar ambos espectros ideológicos, con su respectiva amplitud cronológica y evolutiva, es una tarea que me excede en estos momentos. Por esa razón, he preferido centrarme tan sólo en el ámbito nazifascista. Nos centraremos en los años que van de 1914 a 1945 –inicio y final de las dos guerras mundiales-, época difícil para las ideología liberal y su manera de ver la Historia.

El auge de las llamadas morfologías históricas fue la nota predominante de este periodo. Teóricos como Spengler o Toynbee sostenían que la Historia se componía de regularidades repetidas a lo largo del tiempo.

Estos postulados, más ideológicos que científicos, hablaban de las distintas fases en el discurrir histórico, comparando estas con el desarrollo biológico de los organismos.

Siguiendo este esquema, proponían la solución totalitaria como mejor sustitutivo para el “agotado” modelo liberal-burgués. Afirmaban que, tras la Gran Guerra (1914-1918), la Historia exigía un cambio brusco de sistema; era necesario echar mano de un nuevo proyecto. No es de extrañar que muchos defensores del totalitarismo de derechas se sirvieran de estas teorías para defender el advenimiento de regímenes nazifascistas.

En pleno siglo XX se generalizó la búsqueda de leyes “naturales” que tenían como fin explicar y predecir el comportamiento humano. Los propios títulos de las obras, o la denominación de esta corriente historiográfica –historiografía morfológica- nos hablan a las claras del trasfondo de este intento de encontrar factores suprahistóricos que rijan el desarrollo humano en su devenir temporal.

Pettrie publicaba en 1911 su famosa obra Las revoluciones de la civilización, en la que postulaba la existencia de siete civilizaciones mediterráneas en su desarrollo “biológico”; con su nacimiento, desarrollo y muerte. Spengler fue más allá: en 1922 publicó La decadencia de occidente. En este estudio aplicó los conceptos biológicos al caso concreto de la cultura occidental.

Siguiendo un modelo que daba a cada civilización una duración de más o menos mil años, concluía que la humanidad se encontraba en esos momentos a las puertas de una nueva era. A la luz de esta teoría se entiende mejor esa idea nacionalsocialista del Reich de los mil años. Sin embargo, resulta aún más sorprendente comprobar que la publicación del libro coincide con el ascenso al poder de Mussolini.

En los albores de la II Guerra Mundial, Toynbee aplicó los principios de la supervivencia de las especies a los pueblos. En definitiva, no sólo legitimaba el “lebensraum” –espacio vital- que perseguía Adolf Hitler, sino toda su teoría, contenida en Mein Kampf, sobre la lucha de razas como motor de la Historia. No obstante, a modo de defensa de estos autores, hemos tener en cuenta el momento histórico en el que se escribieron todas estas obras.

Existía una especie de conciencia profética generalizada, un afán de codificar el pasado en grandes estructuras ante la certeza de estar en un mundo que se desmoronaba.

Sándor Kopácsi

Este texto forma parte de un conjunto de breves biografías que he elaborado sobre la Revolución Húngara de 1956. Para ver la lista completa, pincha aquí.


Sandor_Kopacsi(1922-2001) Militar de carrera, el coronel Kopácsi había sido nombrado en 1953 jefe de la policía de Budapest. Aliado de Imre Nagy, se comprometió activamente con la insurrección de otoño de 1956 y colaboró en la organización de la Milicia Nacional. Formó parte de la comisión gestora del Partido Socialista Obrero Húngaro presidida por Kádár. Procesado en 1958 como miembro del grupo de Nagy, fue condenado a cadena perpetua. La amnistía de 1963 lo dejó en libertad. En 1975 emigró a Canadá y sólo regresó a Hungría en 1989 al desplomarse el sistema socialista.

Rathenau y la reinserción en Occidente


Walter Rathenau fue el verdadero arquitecto de la cumbre de Génova; sin embargo, no tenía más remedio que ceder el protagonismo al premier británico Lloyd George. En 1922 Alemania no estaba en disposición de proponer nada; necesitaba que una potencia triunfadora en la Gran Guerra le respaldase. Por esa razón, en el acuerdo entre el dirigente alemán y el británico ambos ganaban algo: la idea concebida por Rathenau salía a la luz, pero bajo la estela de Lloyd George. Sebastian Haffner nos narra así el pensamiento del canciller alemán:

“…Walther Rathenau, incluso creía poder lograr un nuevo elemento que aglutinara Alemania y Occidente precisamente a partir de la victoria del bolchevismo en Rusia: al fin y al cabo, ¿acaso no compartían el interés de desactivar la bomba que de pronto había entre ellos? Había que conseguir que ambos se encargaran juntos de la reconstrucción de Rusia; así matarían dos pájaros de un tiro: sin que se notara pero irremisiblemente, Rusia volvería a entrelazarse en la red de la economía mundial capitalista; Alemania podría ganar en Rusia lo que tenía que pagar a modo de reparación a Francia e Inglaterra; y Alemania y Occidente podrían (sin que se notara, pero irremisiblemente) dejar de considerarse mutuamente deudora y acreedor y convertirse en socios”.

Bibliografía:

[1] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[2] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

Rapallo


Nos adentramos en un nuevo capítulo de El pacto con el diablo, sobre él podrán leer los siguiente artículos: Radek como cerebro de Rapallo, El camino de Versalles a Rapallo, El fortalecimiento del bacilo soviético, Rathenau y la reinserción en Occidente, El diálogo entre los dos diablos, y Las razones soviéticas.

En 1922 se reunieron en Génova los representantes de las principales potencias europeas. El pretexto era solucionar los problemas generados por el sistema de Versalles –perfeccionar algunos flecos del mismo-; sin embargo, el fin último de la cumbre no era ese. Mediante hábiles maniobras, británicos y alemanes pretendían alcanzar un doble objetivo: la reinserción de Alemania en Occidente, y la integración de los soviéticos en el sistema capitalista dominante. Por un lado, se trataba de hacer más liviana -o incluso eliminar- la carga de las reparaciones alemanas. En definitiva, que dejase de ser deudora para pasar a colaborar de tú a tú con los vencedores de la Gran Guerra. Por el otro, se buscaba aislar a los soviéticos con el fin de obligarles a aceptar la intervención económica occidental en su territorio.

Sebastian Haffner nos narra en este capítulo como la falta de entendimiento, la desconfianza entre alemanes y británicos, llevó a que todo terminara con la firma de un tratado germano-soviético en la localidad italiana de Rapallo. La perspicacia de los bolcheviques, unida al peculiar modo de llevar las negociaciones por parte de Lloyd George y al recelo de varios miembros del gabinete Rathenau hacia los británicos, permitió desbaratar los planes occidentales para acabar con el socialismo ruso. Así lo expresa el autor al comienzo del capítulo:

Rapallo sigue siendo hoy en día una palabra clave y un concepto fijo del lenguaje diplomático. Se trata de una fórmula cifrada que significa dos cosas: en primer lugar, que según las circunstancias una Rusia comunista y una Alemania anticomunista pueden reunirse y aliarse; en segundo lugar, que esto puede ocurrir súbitamente, literalmente de un día para otro. Este segundo significado ha convertido a Rapallo más que el primero en una palabra que infunde horror entre los occidentales, cuyo efecto de choque perdura”.

Bibliografía:

[1] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[2] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.