Estamos ante un fragmento largo -casi nueve minutos- de la película Cromwell (1970). En él se recoge tanto el juicio al rey de Inglaterra Carlos I Estuardo, como su posterior ejecución. Aunque ambos acontecimientos son de 1649, se pueden situar en un contexto más amplio, el de las revoluciones inglesas del siglo XVII, que tuvieron como centro la lucha por el poder entre el Parlamento y la Corona.
La escena puede dividirse en tres partes. En la primera un parlamentario muestra sus dudas sobre la condena a muerte del rey, de hecho llega a afirmar que ha nacido para reinar. Es decir, que los delitos de los que se le acusa no son punibles, pues desempeña su cargo por voluntad divina, de tal modo que solo Dios pues juzgarle. En la segunda, es el propio Carlos I quien, durante el juicio, esgrime argumentos similares: el rey no reconoce el poder del Parlamento para juzgarle.
La última es la ejecución del monarca, en la que el silencio del pueblo habla por sí solo. Los presentes son conscientes de estar llevando a cabo algo que va contra la forma de pensar de la época; están ejecutando a su propio rey, que lo es por gracia divina. Es por tanto, un atentado contra Dios. Al respecto, es interesante remarcar las palabras del discurso final, en el que se alude a la cuestión del color de la sangre.