“La carreta se detiene delante del patíbulo. Tranquila y sin auxilio de nadie, «con aire aún más sereno que al salir de la prisión», asciende la reina, rechazando toda ayuda, las escaleras de tablas del cadalso; sube exactamente con la misma halada facilidad, calzando sus negros zapatos de satén de tacones altos, por esta última escalera, como en otro tiempo por las escalinatas de mármol de Versalles. Ahora, por encima del repulsivo verbeneo de las gentes, una última mirada que se pierde en el cielo. ¿Reconoce, al otro lado de la plaza, en medio de la neblina otoñal, las Tullerías, en las que ha vivido y sufrido indecibles dolores? ¿Recuerda todavía, en estos últimos minutos, el día en que estas mismas muchedumbres la saludaron con entusiasmo, en el mismo jardín, como heredera del trono? No se sabe. Nadie conoce los últimos pensamientos de un moribundo”.