¿Revolución sin fronteras? A los “jóvenes bárbaros”, vanguardia de sus fuerzas, dirigió Lerroux la exhortación titulada “¡Rebeldes, rebeldes!”, breviario del radicalismo barcelonés:
“Rebelaos contra todo: no hay nada o casi nada bueno. Rebelaos contra todos: no hay nadie o casi nadie justo.
Sed arrogantes… Sed imprudentes… Sed osados… Luchad, hermosa legión de rebeldes…
Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles, para que el fuego purifique la infame organización social, entrad en los hogares humildes y levantad legiones de proletarios para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos.
Hay que hacerlo todo de nuevo, con los sillones empolvados, con las vigas humeantes de los viejos edificios derrumbados, pero antes necesitamos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele los solares…
Seguid, seguid… No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares. No hay nada sagrado en la tierra… El pueblo es esclavo de la Iglesia… Hay que destruir la Iglesia… la tradición, la rutina, los derechos creados, los intereses conservadores, el caciquismo, el clericalismo, la mano muerta, el centralismo y la estúpida contextura de partidos y programas…
Muchachos, haced saltar todo eso como podáis… Luchad, matad, morid…”
Jesús Pabón, Cambó, p. 231 y 232.