A favor de Israel

Sin raíces ancestrales, perdida en el gran magma de la identidad árabe -el propio mito irreal del pueblo palestino fue inventado como excusa para la ocupación árabe-, la identidad palestina no sólo es muy reciente, sino que sobre todo se ha creado en función del odio a Israel.

Varios Autores, En defensa de Israel, p. 253.

Entre corruptos, déspotas y fanáticos

En realidad, en 1882, en todo el territorio de Palestina sólo vivían 250.000 árabes. Era un paisaje despojado de todo aliciente económico, sumido en la honda miseria. Curiosamente, la emigración árabe comienza a dirigirse pronto y de forma intensiva hacia las zonas de mayor implantación judía. Por ejemplo: en 1928 la población árabe se sitúa en 1.200.000. En los orígenes del retorno judío, no existía en Palestina indicio alguno de nacionalismo palestino. Cuentan los historiadores que en el congreso árabe celebrado en París en 1913 los líderes del mundo árabe se comprometieron a «proteger los derechos nacionales judíos». Son extraños los destinos de las buenas gentes de Palestina. En el universo sionista tampoco existía el propósito de expulsar a la población palestina. Es más: la izquierda del sionismo reconocía en aquellos tiempos una nación específicamente árabe en Palestina. Por encima de todo, lo que unía era el puro empeño de supervivencia de Israel. Desde entonces, los líderes palestinos han despreciado unos planes de partición que hubiesen podido poner fin a un conflicto tan enconado.

Varios Autores, En defensa de Israel, p. 235.

Profetas de paz, profetas de guerra

Esa fue, en esencia, la postura del laborismo de Rabin y Peres, la que primó en las conferencias de Madrid de 1991 y la Casa Blanca en 1993 (donde, a partir de los principios de Oslo, se creó la Autoridad Palestina). ese fue, sobre todo, el espíritu que Ehud Barak llevó a Camp David y la propuesta que los representantes de ambos bandos estaban a punto de consolidar en las negociaciones de Taba, Egipto, en el año 2001. (En ellas se había pactado la devolución del 96 por ciento de los territorios ocupados.) ¿Por qué fracasaron? En lo sustancial, por obra y gracia de Yasir Arafat. Fue Arafat quien inexplicablemente frustró esa solución política que habría llevado al establecimiento inmediato del Estado palestino. Fue él quien -en otro giro cruel de la dialéctica histórica- provocaría la caída estrepitosa del laborismo y prepararía el ascenso de su enemigo histórico, el torvo general Sharon. Esa decisión de Arafat evitó que lo rebasara su ala radical pero implicó necesariamente la apuesta definitiva por el terrorismo martirológico de su propio pueblo. Ésa es la otra parte de la verdad.

Varios Autores, En defensa de Israel, p. 119 y 120.

Sionismo: radiografía de un concepto demonizado V

El sionismo, hijo de la fobia antijudía de Europa, recibió de la crisis política, social y moral europea de las décadas de 1930 y 1940 un impulso decisivo hacia la obtención de sus objetivos fundacionales. En los ocho años comprendidos entre 1932 -en que el Partido Nazi obtiene el 37,4 por ciento de los votos y se convierte en la primera fuerza política del Reich alemán- y 1939 -en que Hitler desencadena por fin la Segunda Guerra Mundial-, la amenaza directa del nazismo empujó hacia Palestina a 200.000 judíos centroeuropeos (alemanes, austríacos, checos…) que, sin ese peligro y sin las restricciones crecientes a la emigración hacia América, jamás habrían ido a establecerse allá abajo. Fueron ellos quienes transformaron la precedente comunidad pionera judeopalestina en una sociedad de perfil completamente occidental, con sus clases medias, sus profesionales cualificados e incluso su incipiente burguesía; fueron ellos quienes convirtieron dicha sociedad (de unos 450.000 miembros en 1939, el 29 por ciento de la población total) en el embrión de un Estado. ¿Y cuál fue el motor de esa quinta aliá? Hitler. No es una coincidencia que sólo en 1935 -el año de promulgación de las Leyes Raciales de Nüremberg- arribasen a las costas palestinas 62.000 fugitivos de Europa.

Como era inevitable, la espectacular consolidación demográfica y económica del proyecto sionista desencadenó el miedo y la hostilidad de la comunidad árabe palestina, y  nutrió una escalada de disturbios y violencias intercomunitarias que iba a culminar con la gran revuelta árabe de 1936 para convertirse en algo crónico. La potencia mandataria, la Gran Bretaña, intentó, por medio de comisiones, planes y conferencias, propiciar una conciliación imposible y luego, cada vez más inquieta ante la cólera creciente de un mundo árabe cuyo apoyo frente a Hitler no le convenía enajenarse, decidió dar un vuelco a su política en Palestina. El Libro Blanco británico de mayo de 1939 cerraba las puertas del territorio a nuevos inmigrantes judíos, cuatro meses antes de que el Führer nazi convirtiese el continente europeo en una ratonera mortal para sus 8,5 millones de habitantes hebreo.

Varios Autores, En defensa de Israel, p. 93 y 94.

Sionismo: radiografía de un concepto demonizado IV

En noviembre de 1917, en medio de la enorme convulsión geopolítica de la Gran Guerra, el sionismo obtuvo el primer compromiso internacional relevante a favor de sus aspiraciones: la Declaración Balfour, a través de la cual el gobierno británico hacía suya y garantizaba su apoyo a la idea de crear en Palestina «un hogar nacional para el pueblo judío», sin perjuicio de «los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías» en aquel territorio. Es, desde luego, un compromiso ambiguo, contradictorio con las promesas hechas casi simultáneamente a los árabes para espolear su rebelión antiturca, y concebido por Londres más que nada para asegurar su futuro control sobre Palestina, frustrando toda aspiración francesa sobre el territorio.

Varios Autores, En defensa de Israel, p. 91.