La cuarta entrega de Por Europa se centra en las relaciones que han de regir la convivencia entre los Estados miembros de la Unión, y su dependencia con respecto a ella. Robert Schuman demuestra aquí una gran capacidad para reconocer las identidades regionales, pero defiende con fuerza que estas no deben impedir el desarrollo del proyecto común. No se trata de fusionar los Estados, de crear un súper estado. Nuestros Estados europeos son una realidad histórica; sería psicológicamente imposible hacerlos desaparecer. Su diversidad es incluso una muy feliz cosa.
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Las fronteras políticas nacieron de una evolución histórica y étnica respetable; no se puede pensar en borrarlas. En otras épocas eran desplanzadas por conquistas violentas o por matrimonios fructuosos. Hoy bastará con quitarles fuerza. Nuestras fronteras en Europa deberán ser cada vez menos una barrera en el intercambio de las ideas, de personas y de bienes. El sentimiento de solidaridad de las naciones tiunfará sobre los nacionalismos que hoy están superados.
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¡Pobres fronteras! Ya no pueden pretender ser inviolables, ni garantizar nuestra seguridad, nuestra independencia.
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Pero no seamos injustos con esas venerables fronteras; no son inservibles en este estado de cosas. No tienen la culpa si los inventos transtornan todas las nociones militares de defensa. Siguen teniendo su razón de ser, si saben reconocer el papel que en adelante será su misión en cierto modo espiritualizada. En vez de ser barreras que separan, tendrán que convertirse en líneas de contacto en las que se organizan y se intensifican los intercambios materiales y culturales; delimitarán las tareas particulares de cada país, las responsabilidades y las iniciativas que le sean propias, en el conjunto de problemas que están a caballo de las fronteras e incluso de los continentes y que hacen que todos los países sean solidarios unos con otros.