Perspectivas III

Cabe pensar que tiempos posteriores consideren este periodo en que vivimos -medio siglo escaso- como estela de la Gran Guerra.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 203

Perspectivas II

Nadie podrá quitarnos la confianza en el trabajo, la fe en la posibilidad de salvación y el valor para conseguirla. No preguntamos por los que van a recoger el fruto de nuestro trabajo. El rey Necao d Egipto -segun cuenta Herodoto-, intentó abrir el istmo entre el Nilo y el Mar Rojo. Se le informo de que ya 120.000 hombres habían perecido en esa labor y de que el trabajo no adelantaba. El rey consultó a un oráculo, y este dijo: trabajáis para el extranjero (¡oh Cambises, oh Lesseps!). Y el rey desistió del trabajo. Pero nuestro tiempo, pese a las advertencias de cien oráculos, diría: no importa, sigamos trabajando.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 202

Perspectivas

Un partidario de la radio y de la película como medios de enseñanza ha escrito un libro: The decline of the writen word (El ocaso de la palabra escrita), en donde, con alegre convicción, vaticina un porvenir próximo en el cual los niños se alimentarán con reproducciones cinematográficas y con palabras habladas. ¡Enrome paso hacia la barbarie! ¡Eficacísimo medio para paralizar en la juventud el pensamiento y mantenerla en un estado de puerilidad y además, probablemente, sumergirla en profundo aburrimiento!

La barbarie no sólo puede coexistir con una elevada perfección técnica, sino que puede ir unida también a la general difusión de la enseñanza pública. Inferir el grado de cultura por el retroceso del analfabetismo es ingenuidad de un periodo ya superado. Cierta cantidad de conocimientos escolares no garantiza en ningún modo la posesión de cultura. Observando el estado espiritual general de nuestro tiempo, ¿podría calificar alguien de pesimista exagerado al que se expresara en término plañideros como los siguientes?

Por doquiera pululan el error y la mal inteligencia. Más que nunca parecen los hombres esclavos de vocablos y de lemas, que les inducen a matarse unos a otros.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 195

Katharsis II

Cada día plantéase con más urgencia el dilema ante el cual nos pone el tiempo. Contemplemos una vez más el mundo en su confusión política. Por doquiera hay embrollos que, dentro de poco, exigirán imperiosamente una solución. Pero es el caso que cualquier espectador imparcial ha de reconocer la imposibilidad de encontrar una solución que no perjudique a algún interés legítimo, ni frustre algún deseo razonable. Trátase unas veces de minorías étnicas; otras, de fronteras trazadas absurdamente; otras, de prohibiciones que impiden agrupaciones naturales; otras, de relaciones económicas insoportables. Cada una de estas condiciones es tolerada con una exasperación que las convierte en otros tantos focos peligrosísimos, hogueras dispuestas a arder al menor chispazo. En cada una de esas condiciones, un derecho se opone a otro derecho. Sólo hay dos posibilidades de solución. Una es la fuerza armada. La otra es un arreglo a base de intensa benevolencia internacional, de renuncia mutua a exigencias razonables, de respeto por el derecho e intereses ajenos. En definitiva, la solución del interés y de la justicia.

El mundo actual se encuentra, al parecer, más lejos que nunca de esas virtudes. Son muchos los hombres que han abandonado incluso la fundamental exigencia de la justicia internacional y del bienestar internacional. El Estado de poderío desenfrenado absuelve de antemano, con sus doctrinas, a todo usurpador. El mundo está desamparado, amenazado por la locura de la guerra destructora, que lleva en su seno una nueva especie de espanto o salvajismo.

Hay fuerzas públicas que actúan para atajar el mal insondable y trabajar por llegar a acuerdos y conciertos mutuos. El más pequeño éxito de la Sociedad de Naciones -aunque lo acoja Marte con escarnio sardónico- vale ahora más que toda una galería de glorias navales y militares. Pero si no cambia el espíritu, no bastarán, a la larga, las energías de un sensato internacionalismo. Y como el restablecimiento del orden y el bienestar en sí no garantiza la purificación de la cultura, tampoco cabe esperarla de los esfuerzos meritorios por prevenir la guerra mediante la política internacional. Una cultura nueva sólo puede ser obra de una humanidad purificada.

Los griegos llamaban katharsis (purificación) al estado de espíritu en que quedaban después de haber contemplado la tragedia. Es el silencio del corazón, cuando la compasión y el terror han desaparecido. Es la purificación del alma, cuando ha comprendido la causa profunda de las cosas, purificación que nos prepara de nuevo para los actos del deber y para la aceptación del destino, que quebranta en nosotros la «hybris», tal como la representaba la tragedia y que desarraiga en nosotros los apetitos vehementes de la vida conduciendo nuestra alma a la paz.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 213

Katharsis

El que escribe estas páginas pertenece al grupo considerable de los que, por su trabajo profesional y por su vida personal, gozan del privilegio de estar siempre en contacto con la juventud. Está convencido de que la joven generación de hoy no le cede en aptitud ante las dificultades de la vida a las generaciones anteriores. Ese relajamiento de los vínculos, esa confusión y maraña d elos pensamientos, esa difusión de la atención, ese despilfarro de las energías, todas esas condiciones que han presidido el desarrollo de esta generación, ni la ha debilitado, ni la ha tornado lenta, ni indiferente. Parece franca, amplia de ideas, espontánea, tan pronta a los goces como a las privaciones, rápida en su decisión, valiente y de gran sentido. Camina con pies más ligeros que las generaciones anteriores.

A esa joven generación le incumbe la tarea de dominar otra vez este mundo, tal y como él mismo quiere ser dominado; no dejarle naufragar en la insolencia y la locura; infundirle mucho espíritu nuevo.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 219

Decadencia de las normas morales

La debilitación general del principio moral manifiesta quizá su influjo indirecto en la comunidad más bien en permitir, excusar y aprobar actos, que en modificar las normas de acción individuales. Cuando se exteriorizan en acciones personales las formas agudas de la violencia, la mentira, la crueldad -de las cuales el mundo está más lleno que nunca-, son éstas todavía salvajismo y exasperación, consecuencias de la Gran Guerra y su comitiva de odios y miserias. El embotamiento general de las estimaciones morales se observa primero con más pureza en aquellos países que quedaron fuera del desequilibrio. Se manifiesta especialmente en la valoración de los actos políticos. Difiere esta notoriamente del juicio sobre los actos económicos. En lo referente a deficiencias morales de índole económica, delitos contra la fidelidad comercial, la propiedad, etc., el juicio público, por lo común, sigue siendo el que fue: condena sinceramente, aunque con una sonrisa tolerante de vez en cuando. A medida que el delito se comete a mayor escala, va aumentando la tolerancia, a la cual se une entonces la admiración.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 124

Presentimientos de decadencia II

Los años mismos de la Gran Guerra no trajeron aún la peripecia. La atención de todos quedaba cautivada por las preocupaciones inmediatas: arrostrémos la guerra con todas nuestras fuerzas, y después, cuando haya pasado, lo reconstruiremos todo en un nivel muy superior; más aún: llegaremos a crear una bienandanza perdurable. Incluso los primeros años de la posguerra transcurrieron para muchos en la expectación optimista de un internacionalismo bienhechor. Luego, el incipiente pseudoflorecimiento de la industria y del comercio que quedó truncado en 1929, impidió durante algunos años el que surgiera en general pesimismo acerca de la cultura.

Pero ahora la conciencia de que vivimos en una tremenda crisis cultural, que arrastra al mundo hacia una catástrofe final, se ha difundido en amplias esferas. «La Decadencia de Occidente», de Spengler, dio la voz de alerta a un sinnúmero de gentes de todo el mundo. No es que todos los lectores del famoso libro se hayan convertido a las opiniones allí expuestas. Pero a los que estaban instalados firmemente en una impremeditada fe progresista les ha familiarizado con la idea de un posible descenso de la cultura actual.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 18.

Presentimientos de decadencia

Vivimos en un mundo enloquecido. Y lo sabemos. A nadie sorprendería que, huido el espíritu, la locura estallase de repente en frenesí, dejando embrutecida y mentecata a esta pobre humanidad europea, bajo el ondear de sus banderas y el zumbido de sus motores.

Por doquier surgen dudas acerca de la estabilidad de nuestro régimen social, un vago miedo al mañana, sensaciones de decadencia y derrumbamiento. No son meras pesadillas de esas que sobrecogen en las horas muertas de la noche, cuando la llamita de la vida reduce su luz. Son previsiones meditadas, fundadas en la observación y juicio. Los hechos nos abruman. Nos encontramos con que casi todas las cosas que antes considerábamos más sólidas y sagradas, empiezan a bambolearse: la verdad y la humanidad, la razón y la justicia. Vemos formas de Estado que ya no funcionan, sistemas de producción que están a punto de desmoronarse. Descubrimos fuerzas sociales que no cesan de trabajar, en loco frenesí. La máquina retumbante de este formidable tiempo está a punto de parar en seco.

Pero en seguida se impone el contraste. Más y mejor que nunca el hombre de hoy tiene conciencia de que le incumbe la imperiosa tarea de colaborar a la conservación y el perfeccionamiento del bienestar y la civilización terrenales. La dedicación al trabajo es tan grande como en el momento en que más lo haya sido. Jamás el hombre ha estado tan dispuesto a trabajar, a correr riesgo, a consagrar en cada momento su valor y toda su persona a una salvación común. No ha perdido la esperanza.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 15