Inglaterra, Alemania y Francia


Llega el momento en el que Robert Schuman analiza la situación de los que, hoy por hoy, son los tres gigantes de la Unión Europea. En aquellos momentos los británicos aún se mantenían al margen de las Comunidades Europeas; sin embargo, Francia y Alemania ya pertenecían al club de la CECA, la CEE y la Euratom. Acierta al cien por cien con la única frase que dedica en esta recopilación a Inglaterra: sólo ingresaron en las CCEE cuando los acontecimientos les empujaron a hacerlo. También es verdad que estaba en el 10 de Downing Street un primer ministro europeista, y que el veto francés había desaparecido con el relevo de Charles De Gaulle por Georges Pompidou. Al hablar de los otros dos países, Schuman insiste en que sin ellos no podrá construirse Europa. Es más, afirma que Alemania ha de orientar su enorme potencial a la construcción europea; ser motor de este proyecto evitará que retorne su carácter imperialista y belicista.

Inglaterra no aceptará integrarse en Europa, si no la obligan a ello los acontecimientos.

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Alemania nunca ha sido más peligrosa que cuando se aislaba, confiando en sus propias fuerzas y en sus cualidades que son muchas, embriagándose en cierto modo con su superioridad, sobre todo frente a las debilidades de los otros. Por otra parte, Alemania tiene más sentido de la comunidad que cualquiera; en el seno de la Europa unida, podrá desempeñar su papel con plenitud.

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Cuando después de la guerra pusimos los primeros jalones de la política europea, todos los que participaban en ello estaban convencidos de que el entendimiento, la cooperación entre Alemania y Francia era, para Europa, el problema principal, que sin Alemania, igual que sin Francia, sería imposible edificar Europa.

Relevo en el Nuevo Laborismo

Artículo publicado en la sección Colaboraciones de La Segunda en junio de 2007.


El pasado día 27 de junio Tony Blair abandonaba el número 10 de Downing Street. El líder laborista que más años ha ocupado el puesto de primer ministro británico dimitió en presencia de la reina; su testigo lo recogió pocas horas después su estrecho colaborador Gordon Brown. Cabe plantearse si este relevo en la cabeza del partido puede calificarse como una nueva etapa.

En mi opinión, es un error pensar que este cambio de protagonistas vaya a variar los planteamientos y el “modus operandi” del laborismo.

El “político-actor” -el hombre sonriente- ha dejado paso al austero y brusco escocés, pero salvo eso y la nueva actitud ante la cuestión de Iraq, nada más ha cambiado. Las líneas marcadas en 1997 por el primer gobierno Blair siguen siendo las claves para entender la actitud británica; la personalidad de Tony y Gordon poco añade. Incluso lo relativo a Iraq es comprensible; el nuevo primer ministro no debe –opine lo que opine- empantanarse en lo que ha resultado ser la tumba de su predecesor.

El Nuevo Laborismo basado en La Tercera Vía del teórico Anthony Giddens continúa siendo la bandera del partido de Brown. Ese giro al centro que planearon él y Blair a principios de los años noventa ha permitido al partido, sin rumbo en la época de Margaret Thatcher, mantenerse en el poder durante más de diez años ¿Tendría sentido, pues, que el nuevo primer ministro desmontase este edificio que el mismo ayudó a levantar? Parece que no. Gordon Brown, mal que le pese a la rancia izquierda europea, va a continuar andando la senda del Nuevo Laborismo. Sabe que sólo esa fórmula –mezcla de justicia social y neoliberalismo- atrae a las clases medias, imprescindibles para derrotar a los conservadores de James Cameron en las próximas elecciones.

Por tanto, nos encontramos ante un gobierno británico en el que, salvo en lo relativo a los protagonistas, poco varía con respecto al último de Tony Blair.

Es lógico, Gran Bretaña no necesita, como la Francia de Chirac, una revolución de arriba abajo. Gordon Brown no ha de ejercer de Sarkozy; ha de jugar el papel de continuista, pero con la ventaja de haber dejado atrás los pesados lastres que arrastraba Blair tras diez años sufriendo el desgaste del poder.

Tan sólo en una cuestión parece diferenciarse el pensamiento de ambos líderes del laborismo: Europa. Es bien sabido que Gordon frenó en numerosas ocasiones el ímpetu europeísta de Tony. Es más, de no ser por él es casi seguro que la libra esterlina hubiera sido sustituida por el euro. Parece claro que, a pesar de su afinidad con la nueva hornada de gobernantes europeos capitaneados por Merkel y Sarkozy, Brown no va a ceder con facilidad parcelas de la soberanía británica ante las necesidades y exigencias de la Unión Europea.