La consolidación del nacionalsocialismo II: la represión


Los órganos represivos del Reich tenían como fin último luchar contra toda lo que amenazaba a la Comunidad Nacional. De esta manera, dentro del III Reich, podemos distinguir tres aparatos de represión:

Aparato judicial. En primer lugar, sólo se reconocía como miembro de la Comunidad Nacional, es decir, ciudadano y poseedor de derechos, a aquel que apoyaba al gobierno. Además, se abolió la independencia del poder judicial, convirtiéndose el Führer en juez supremo de la nación. Así narra Sebastian Haffner la entrada de las SA en el tribunal donde él trabajaba como pasante, todo un símbolo del fin de la autonomía judicial:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) ««Alguien rompió el silencio mantenido: Las SA» (…) Al parecer casi todas las reuniones se habían suspendido. Los jueces se habían quitado la toga y habían salido del edificio en actitud humilde y civilizada, bajando por una escalera franqueada por filas de miembros de la SA. Sólo en la sala de abogados se había producido un altercado”.

Aparato policial. Bien por medio de las SA, de las SS -a partir de 1934- o de la Gestapo se ejecutaba una doble función represora: perseguir el delito político y llevar a los autores ante un tribunal; y combatir a los posibles enemigos del régimen de manera preventiva, incluso recluyéndolos en campos de concentración. Para ilustrar mejor el primero de estos aspectos volvamos con Historia de un alemán de Sebastian Haffner:

«Tienen permiso para irse a casa» contestó, y casi retrocedí bruscamente al escuchar el tono tan amenazante con el que había hablado, lento, gélido y malicioso. Lo miré a la cara y volví a retroceder bruscamente (…) ya no era un rostro humano en absoluto, sino más bien la cara de un cocodrilo. Había visto el rostro de las SS”.

De la segunda nos habla Ernst Weiss en El testigo ocular:

“Desde que H. era canciller, Führer del partido y dictador del Reich, había en todo el país campos de concentración en antiguas fábricas, en barracones militares abandonados, en fortalezas abandonadas y en ruinas (…) Los campos se instalaron como «necesidad del Estado» bajo un motivo muy humano: se quería proteger de la cólera justa del pueblo a las personas que antes de la «toma del poder del partido» se habían hecho impopulares (…) para ingresar en estos campos no hacía falta ninguna decisión judicial, bastaba la policía. No había defensor porque no había acusación. Los campos estaban rodeados de alambradas que conducían potentes corrientes eléctricas que causaban la muerte de inmediato. Estaban rodeados de muros y protegidos por ametralladoras; una torre de vigilancia permitía tener un control constante del campo”.

La población alemana. La denuncia no constituyó un hecho aislado dentro de la Alemania nacionalsocialista; los afines al régimen participaban de ella. Esto posibilitaba un amplio control sobre la sociedad y la privacidad de las personas. Así, la población formaba parte del régimen: se vigilaba a sí misma como bien trata de expresar Bertolt Brech en este fragmento de La cruz de tiza:

“No se puede. A mí no. Si alguien me confía algo, va listo. Sé cual es mi deber de camarada y, si mi propia madre me susurra algo al oído sobre el aumento del precio de la margarina o algo así, me iría enseguida a la sede de la Sección. Denunciaría a mi propio hermano si murmurase del Servicio de Trabajo Voluntario”.

Por su parte, Sebastian Haffner narra en Historia de un alemán una experiencia personal que describe muy bien ese ambiente social de delación.

“«Me temo que no es muy consciente de que hoy día las personas como usted representan un peligro latente para el Estado, y que éste tiene el derecho y el deber de tomar las medidas correspondientes, a más tardar en el momento en que uno de ustedes se atreva a llegar al punto de oponer una resistencia abierta» Esto fue lo que dijo lenta y juiciosamente, al estilo de un comentario del Código Civil. Mientras, me clavaba una mirada de acero en los ojos. «¿Así que usted tiene la intención de denunciarme a la Gestapo como enemigo público?» Fue más o menos entonces cuando Von Hagen y Hirsch se echaron a reír, tratando de que todo quedase en una broma. Sin embargo, esta vez Holz les desbarató los planes. En voz baja y premeditada dijo: «Confieso que llevo algún tiempo preguntándome si no es ésa mi obligación»”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[5] Hitler: una biografía; Joachim Fest – Barcelona – Planeta – 2005.

[6] Historia social del Tercer Reich; Richard Grundberger – Madrid – Ariel – 1999.

[7] El testigo ocular; Ernst weiss – Madrid – Siruela – 2003.

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