Relevo en el Nuevo Laborismo

Artículo publicado en la sección Colaboraciones de La Segunda en junio de 2007.


El pasado día 27 de junio Tony Blair abandonaba el número 10 de Downing Street. El líder laborista que más años ha ocupado el puesto de primer ministro británico dimitió en presencia de la reina; su testigo lo recogió pocas horas después su estrecho colaborador Gordon Brown. Cabe plantearse si este relevo en la cabeza del partido puede calificarse como una nueva etapa.

En mi opinión, es un error pensar que este cambio de protagonistas vaya a variar los planteamientos y el “modus operandi” del laborismo.

El “político-actor” -el hombre sonriente- ha dejado paso al austero y brusco escocés, pero salvo eso y la nueva actitud ante la cuestión de Iraq, nada más ha cambiado. Las líneas marcadas en 1997 por el primer gobierno Blair siguen siendo las claves para entender la actitud británica; la personalidad de Tony y Gordon poco añade. Incluso lo relativo a Iraq es comprensible; el nuevo primer ministro no debe –opine lo que opine- empantanarse en lo que ha resultado ser la tumba de su predecesor.

El Nuevo Laborismo basado en La Tercera Vía del teórico Anthony Giddens continúa siendo la bandera del partido de Brown. Ese giro al centro que planearon él y Blair a principios de los años noventa ha permitido al partido, sin rumbo en la época de Margaret Thatcher, mantenerse en el poder durante más de diez años ¿Tendría sentido, pues, que el nuevo primer ministro desmontase este edificio que el mismo ayudó a levantar? Parece que no. Gordon Brown, mal que le pese a la rancia izquierda europea, va a continuar andando la senda del Nuevo Laborismo. Sabe que sólo esa fórmula –mezcla de justicia social y neoliberalismo- atrae a las clases medias, imprescindibles para derrotar a los conservadores de James Cameron en las próximas elecciones.

Por tanto, nos encontramos ante un gobierno británico en el que, salvo en lo relativo a los protagonistas, poco varía con respecto al último de Tony Blair.

Es lógico, Gran Bretaña no necesita, como la Francia de Chirac, una revolución de arriba abajo. Gordon Brown no ha de ejercer de Sarkozy; ha de jugar el papel de continuista, pero con la ventaja de haber dejado atrás los pesados lastres que arrastraba Blair tras diez años sufriendo el desgaste del poder.

Tan sólo en una cuestión parece diferenciarse el pensamiento de ambos líderes del laborismo: Europa. Es bien sabido que Gordon frenó en numerosas ocasiones el ímpetu europeísta de Tony. Es más, de no ser por él es casi seguro que la libra esterlina hubiera sido sustituida por el euro. Parece claro que, a pesar de su afinidad con la nueva hornada de gobernantes europeos capitaneados por Merkel y Sarkozy, Brown no va a ceder con facilidad parcelas de la soberanía británica ante las necesidades y exigencias de la Unión Europea.

¿Cuando nació Europa?

Artículo publicado por la web Club Lorem Ipsum el 9 de mayo de 2007.


El 9 de mayo de 1950 Robert Schuman lanzaba a las naciones del Viejo Continente un reto llamado CECA. La primera comunidad europea, la del Carbón y del Acero, marcó el inició del largo camino de integración en el que todavía hoy estamos inmersos. Europa como proyecto hecho realidad surgió en el preciso instante en que el ministro de exteriores francés pronunció su discurso invitando a los demás países a subirse en la barca comunitaria.

Alemania, gobernada por el cristianodemócrata Konrad Adenauer, ya había mostrado con anterioridad su posición favorable hacia el sueño de Schuman y Monet. Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo acompañaron a franceses y alemanes en este primer viaje paneuropeo.

En esa misma década también tuvieron lugar el fallido proyecto de la Comunidad Europea de Defensa, la Conferencia de Messina y los Tratados de Roma. Posteriormente el marco comunitario se fue ampliando, tanto en lo relativo a logros y acuerdos como en lo que a integrantes se refiere. Sin embargo, el primer paso –el fundamental- lo protagonizó Robert Schuman el 9 de mayo de 1950; y por esa razón, en tan señalada fecha, celebramos el Día de Europa.

El pasado 25 de marzo conmemoramos el quincuagésimo aniversario de la Comunidad Económica Europea y la EURATOM. “Cincuenta años -decían muchos titulares periodísticos- no son nada”, pero lo cierto es que a todos nos gusta celebrarlos como se merecen. Los Tratados de Roma sacaron a Europa de un atolladero que podía haber acabado con el sueño de la solidaridad europea. Sin embargo, la ignorancia de muchos informadores y políticos les ha llevado a identificar esta fecha con la del nacimiento de Europa. Nada más lejos de la realidad: esta barca no tiene cincuenta años, sino siete más.

En ese periodo de tiempo el proyecto inicial ha variado mucho, tanto en actores como en medios y siglas. Sin embargo, los principios que hoy mueven la Unión son los mismos que lo hicieron desde los tiempos de Schuman. Por esa razón, no cabe plantearse la existencia de “muchas europas” desde la CECA hasta la presidencia alemana de Angela Merkel. Europa ha sido una, si bien de diversas formas, durante estos cincuenta y siete años. El cambio de ropajes no varía la esencia del sueño paneuropeo.

Después de esta defensa del 9 de mayo como fiesta europea, cabe preguntarse si no existían esos principios antes del discurso de Schuman. Si fuese así, que lo es, Europa como proceso integrador tendría muchos más años. No podemos ignorar a personajes como Coudenhove-Kalergi o Aristide Briand: europeistas convencidos que defendieron la construcción de una Europa unida.

Sin su labor, la CECA, y todo lo que llegó tras ella, hubiera resultado imposible: abrieron las puertas intelectuales y políticas al paneuropeísmo. No obstante, sin desmerecer la fundamental tarea de estos “abuelos de Europa”, conviene recordar que no lograron plasmar con forma institucional su pensamiento y esfuerzos. Con ellos la Unión no era más que un embrión; un sueño que no se haría realidad –nacer, al fin y al cabo- hasta 1950.

Pienso que los europeos tenemos una referencia cronológica clara en lo referente al nacimiento de la Unión: el discurso Schuman del 9 de mayo. Existen otras efemérides que celebrar y otros personajes a los que admirar, a los que reconocer sus méritos. No todo lo que se plasmó en el Tratado de París salió de la chistera del ministro de exteriores francés; ni siquiera de los que colaboraron con él.

Estos hombres eran deudores de las ideas de otros, de siglos de Historia en común que habían labrado una cultura capaz de abrazar esos deseos de integración. Sin embargo, les tocó a ellos plasmar esa herencia y esos sueños en el primero de los numerosos tratados que conforman la actual Europa. Antes de ellos no había más que ideas. Fueron los constructores de la CECA los que transformaron la potencia de estas en algo tangible donde fortalecer la colaboración y solidaridad entre los estados miembros.

La obra posterior –las ampliaciones a otros países y los diversos tratados que han acabado por configurar la actual Unión Europea-, aunque importante e innovadora, sigue básicamente la pauta marcada por los “padres de Europa”; esos personajes que supieron poner el primer ladrillo de este gran edificio.

En fin, todas las piezas del puzzle son importantes, pero por algún punto se empieza. El 9 de mayo de 1950 constituye esa primera pieza. Por eso, sin desmerecer los hitos del resto del proceso integrador, hemos de celebrarlo como el momento más importante del mismo. Sería una pena que en la conciencia de los ciudadanos europeos faltara un referente básico a la hora de forjar nuestra identidad.

Bibliografía:

[1] La Unión Europea: guiones para su enseñanza; Antonio Calonge Velázquez (Coord.) – Comares – Granada – 2004.

[2] El proceso de integración comunitario en marcha: de la CECA a los Tratados de Roma; Guillermo A. Pérez Sánchez – Comares – Granada – 2007.

[3] Por Europa; Robert Schuman – Encuentro – Madrid – 2006.

[4] Robert Schuman, padre de Europa (1886-1963); René Lejeune – Palabra – Madrid – 2000.

[5] Paneuropa: dedicado a la juventud de Europa; Richard Coudenhove Kalergi – Tecnos – Madrid – 2002.