¿Qué es la Unión Europea?

¿Qué es, pues, la Unión Europea? No sería bueno dejar su naturaleza pendiente de definición o describirla como un «objeto volador no identificado», como ya hiciera Jacques Delors en una famosa ocurrencia. No basta con definirla únicamente en términos de lo que no es (es decir, ni una organización que se encamina hacia el federalismo ni una forma de intergubernamentalismo). Tampoco creo que sirva de mucho comparar la UE con una bicicleta que sólo puede mantenerse en equilibrio si avanza constantemente hacia delante.

Yo definiría la UE como una asociación (o comunidad) democrática de naciones semisoberanas. No creo que el término «semisoberano» sea materia de especial controversia. La soberanía dista mucho de ser indivisible; de hecho, siempre es parcial, tanto interna como externamente. La Unión es una asociación porque cualquier Estado miembro puede abandonarla (aunque ese derecho se recogía por primera vez por escrito en la reciente propuesta de constitución). La UE no es una entidad posnacional, porque las naciones que la componen no desaparecen y retienen una alta capacidad de acción independiente.

Anthony Giddens, Europa en la era global, p. 272.

Proyectos para Europa tras el fin de la URSS

Algunas de las diferencias de opinión y de puntos de vista que existen acerca de lo que la UE es y debería ser están ligadas a los «tres grandes» Estados de la Unión. La línea oficial del Reino Unido ha sido desde hace tiempo el intergubernamentalismo, aunque en los años recientes no sea tan extremo como el que sostuvo Thatcher en su momento. Los políticos y los pensadores alemanes más destacados has tendido a concebir Europa en términos de un modelo federal afín al suyo nacional propio. Los dirigentes franceses se inclinan más por una visión centralizada de la UE en la que, no obstante, cada país seguiría sustentando sus intereses nacionales respectivos. Ellos han identificado tradicionalmente (aunque no tanto en la actualidad) los intereses europeos con los franceses. Algunos países miembros más pequeños se han mostrado partidarios de la opción federal, pero la mayoría son reticentes a su implantación, porque consideran que su propia influencia se vería amenazada y disminuida en esa situación. Los nuevos Estados miembros son intergubernamentalistas acérrimos: tras haberse librado del yugo de la Unión Soviética, no tienen intención alguna de adscribirse a otro superestado. Las divergencias entre estos puntos de vista se antojan tan amplias que podrían parecer incluso imposibles de reconciliar. Pues, bien, es imposible reconciliarlas tal y como están expresadas, en su forma convencional, pero deberíamos aprender a concebirlas y a interpretarlas de un modo diferente.

Anthony Giddens, Europa en la era global, p. 266.