Introducción: el régimen de lo público

Porque uno de los rasgos del totalitarismo es justamente que en él todo se presenta como político: lo jurídico, lo económico, lo científico, lo pedagógico. De este rasgo se sigue en cierto modo un segundo: el totalitarismo aparece como un régimen en el que todas las cosas se tornan públicas. Ambos deben ser entendidos en su sentido fuerte, como desarrollo de la novedad enunciada. La experiencia en la que se funda el totalitarismo es la soledad. Soledad es ausencia de identidad, que sólo brota en la relación con los otros, con los demás. El totalitarismo se aplicará sistemáticamente a la destrucción de la vida privada, al desarraigo del hombre respecto al mundo, a la anulación de su sentido de pertenencia al mundo. A la profundización en la experiencia de la soledad.

Se entenderá ahora mejor uno de los reproches mayores que Hannah Arendt le dirige al totalitarismo, a saber, el de ser un individualismo gregario (“comprimidos los unos contra los otros, cada uno está absolutamente aislado de todos los demás”). La soledad, que hace referencia a la vida humana en conjunto, encuentra en la vida política totalitaria su complemento obligado en el aislamiento. La crítica del libro va dirigida específicamente contra la pretensión, propia de los movimientos totalitarios, de organizar a las masas. De ahí el matiz que se añade a continuación: “No a las clases, como los antiguos partidos de interés de la Naciones-Estados continentales; no a los ciudadanos con opiniones acerca de la gobernación de los asuntos públicos y con intereses en éstos, como los partidos de los países anglosajones”. Lo que define a las masas es precisamente ese ser puro número, mera agregación de personas incapaces de integrarse en ninguna organización basada en el interés común: “Las masas (…) carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles”.

Hannah Arendt, La condición humana, p. IV.

¿Qué es la Unión Europea?

¿Qué es, pues, la Unión Europea? No sería bueno dejar su naturaleza pendiente de definición o describirla como un «objeto volador no identificado», como ya hiciera Jacques Delors en una famosa ocurrencia. No basta con definirla únicamente en términos de lo que no es (es decir, ni una organización que se encamina hacia el federalismo ni una forma de intergubernamentalismo). Tampoco creo que sirva de mucho comparar la UE con una bicicleta que sólo puede mantenerse en equilibrio si avanza constantemente hacia delante.

Yo definiría la UE como una asociación (o comunidad) democrática de naciones semisoberanas. No creo que el término «semisoberano» sea materia de especial controversia. La soberanía dista mucho de ser indivisible; de hecho, siempre es parcial, tanto interna como externamente. La Unión es una asociación porque cualquier Estado miembro puede abandonarla (aunque ese derecho se recogía por primera vez por escrito en la reciente propuesta de constitución). La UE no es una entidad posnacional, porque las naciones que la componen no desaparecen y retienen una alta capacidad de acción independiente.

Anthony Giddens, Europa en la era global, p. 272.

Europa, los Estados y las fronteras


La cuarta entrega de Por Europa se centra en las relaciones que han de regir la convivencia entre los Estados miembros de la Unión, y su dependencia con respecto a ella. Robert Schuman demuestra aquí una gran capacidad para reconocer las identidades regionales, pero defiende con fuerza que estas no deben impedir el desarrollo del proyecto común. No se trata de fusionar los Estados, de crear un súper estado. Nuestros Estados europeos son una realidad histórica; sería psicológicamente imposible hacerlos desaparecer. Su diversidad es incluso una muy feliz cosa.

(…)

Las fronteras políticas nacieron de una evolución histórica y étnica respetable; no se puede pensar en borrarlas. En otras épocas eran desplanzadas por conquistas violentas o por matrimonios fructuosos. Hoy bastará con quitarles fuerza. Nuestras fronteras en Europa deberán ser cada vez menos una barrera en el intercambio de las ideas, de personas y de bienes. El sentimiento de solidaridad de las naciones tiunfará sobre los nacionalismos que hoy están superados.

(…)

¡Pobres fronteras! Ya no pueden pretender ser inviolables, ni garantizar nuestra seguridad, nuestra independencia.

(…)

Pero no seamos injustos con esas venerables fronteras; no son inservibles en este estado de cosas. No tienen la culpa si los inventos transtornan todas las nociones militares de defensa. Siguen teniendo su razón de ser, si saben reconocer el papel que en adelante será su misión en cierto modo espiritualizada. En vez de ser barreras que separan, tendrán que convertirse en líneas de contacto en las que se organizan y se intensifican los intercambios materiales y culturales; delimitarán las tareas particulares de cada país, las responsabilidades y las iniciativas que le sean propias, en el conjunto de problemas que están a caballo de las fronteras e incluso de los continentes y que hacen que todos los países sean solidarios unos con otros.