El ejemplo de la Revolución Rusa hizo que en muchos lugares se iniciasen revueltas de carácter bolchevique con la pretensión de derrocar el orden burgués.
Las más importantes fueron las de los espartaquistas alemanes, dirigidos por Rosa Luxemburg y Kart Liebknecht, y la de los comunistas húngaros de Bela Kun.
Ambas fracasaron y fueron sofocadas, sobre todo la primera, con una cruenta represión.
A pesar de todo, los soviets confiaban todavía en la posibilidad de la expansión revolucionaria, al tiempo que veían clara la necesidad de crear un Partido Revolucionario Mundial, es decir, una Internacional.
Con esta intención, Lenin y su partido convocaron en enero de 1919 una conferencia internacional de partidos revolucionarios, que se inauguró el 3 de marzo, creando la III Internacional.
La formación de la III Internacional o Internacional Comunista (Komintern) avivó las disensiones internas entre los partidos socialistas, ya muy debilitados por la guerra.
La cuestión era decidir si tenían que adherirse a la Komintern o a la II Internacional socialista, reconstruida en febrero de 1919. La Internacional Comunista promulgó por entonces 21 condiciones para integrarse en su seno.
La aceptación o no de estas condiciones provocó en muchos países extranjeros la división de los partidos socialistas en una mayoría socialdemócrata y una minoría comunista. Entre 1920 y 1923 se fundaron en numerosos países pequeños partidos comunistas muy ligados a las orientaciones de Moscú.