#15M. Entre el consenso de mínimos y el maximalismo


A lo largo de la segunda mitad del mes de mayo, el panorama político y social español se vio sacudido por la aparición del movimiento 15M. Una convocatoria a favor de una “democracia real” logró reunir en varias ciudades del país a miles de personas. Tras la manifestación del 15 de mayo, la protesta tomó forma de acampada en la madrileña Puerta del Sol, que pronto fue imitada en otros lugares de la geografía española.

Desde entonces, y hasta finales de mayo, el 15M acaparó la atención mediática, ganándose con sus reivindicaciones la simpatía de buena parte de la sociedad.

Sin embargo, los últimos días de la acampada de Sol estuvieron marcados por una clara pérdida de vigor y de apoyo social. En parte, este cambio es lógico, pues todo movimiento social suele empezar con mucha fuerza para luego estabilizarse. Aún así, en el desarrollo de los acontecimientos pueden descubrirse fácilmente otros motivos por los que los indignados fueron perdiendo fuerza.

La indignación del pueblo

Los días de gloria del 15M fueron, claramente, los inmediatamente posteriores al primer desalojo de la plaza; es decir, del 16 al 22 de mayo. La protesta logró conectar casi a la perfección con la sociedad en aquellos momentos, de tal modo que no era baladí decir aquello de “nosotros somos el pueblo”.

El programa de los indignados caló en una ciudadanía harta de sus políticos y de la crisis económica.

Por un momento dio la impresión de que el 15M iba a conseguir poner en jaque al sistema, que iba a lograr que sus propuestas se tuvieran en cuenta. Sin embargo, no fue más que un espejismo.

Los organizadores de la protesta, o por lo menos aquellos que no se habían dejado llevar por el triunfalismo, sabían que el camino a recorrer era largo. Eran conscientes de que aquello sólo era el primer paso, y también de que, tanto la voluntad popular como la opinión pública son volubles. Se había dado el primer paso, nada más.

El viraje hacia las posturas radicales

En medio de ese triunfo inicial, algunos de los integrantes de la protesta intentaron convertir un movimiento de regeneración democrática en un grupo con una ideología concreta. Ese fue, sin lugar a dudas, el mayor error del 15M, o al menos de parte de él.

La indignación, al tomar partido por una serie de medidas ideológicas, expulsaba de su seno a todos los que, conformes con la regeneración democrática, no lo estaban tanto con esas nuevas reivindicaciones.

De esta manera, a finales de mayo el 15M se desangraba en simpatías por dos heridas. De un lado, la pérdida de popularidad lógica de quien deja de ser novedad; y por otro –lo realmente grave- debido a esa deriva ideológica antes descrita. El grito “nosotros somos el pueblo” ya no se adecuaba plenamente a la realidad de la Indignación.

La indignación de un grupo o la Indignación de una mayoría

El mes de junio nos ha dejado innumerables dudas acerca del 15M. Parece evidente que el movimiento ha venido para quedarse, lo que está por ver es la forma que tomará ¿Volverá a recuperar su neutralidad y popularidad de los primeros días o, por el contrario, continuará convirtiéndose en un fenómeno de grupo?

La deriva ideológica tomada desde finales de mayo parece apuntar hacia un movimiento social con una ideología muy concreta y, por tanto, de un grupo.

No obstante, tras la manifestación del 19J, parece poco prudente descartar que la protesta pueda recuperar su carácter moderado. Para que esto último suceda la búsqueda de un consenso de mínimos debe imperar sobre los maximalismos ideológicos.