En un terreno distinto, la relación de los serbios de la calle con el régimen de Milosevic era ambigua. Si por un lado, y sometidos a la influencia de unos medios de comunicación que difundían una imagen visiblemente edulcorada de los ocurrido en Croacia, en Bosnia-Hercegovina y en Kosova, aceptaban genéricamente la versión oficial en lo que a los conflictos correspondientes se refiere, por el otro no podían sustraerse a un conocimiento material de la corrupta condición del régimen y de sus redes. Téngase presente al respecto que la situación económica en la que Serbia se iba degradando de tal suerte que a los efectos de una crisis que venía arrastrándose desde bastante tiempo atrás se sumaban los de la desintegración de Yugoslavia, el embargo internacional y el esfuerzo de la guerra, de tal suerte que ganaba terreno, y visiblemente, un capitalismo mafioso. De resultas, mientras una minoría de la población -de la que participaba, naturalmente, el grueso de la élite política- se enriquecía visiblemente, el poder adquisitivo de los salarios se dividía nada menos que por cinco entre 1989 y 1994, en un escenario marcado por la hiperinflación, la dramática reducción en los niveles de producción de la industria y la extensión del desempleo. Todos estos fenómenos tenían un significado eco en la forma de un creciente rechazo hacia los refugiados serbios procedentes de Bosnia-Hercegovina o de la Krajina.
Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 103.