En Belgrado y hace poco más de seis años, el cinco de octubre de 2000, fue derrocado por una revolución democrática el régimen de Slobodan Milosevic. Los serbios que celebraron su caída creían que, a pesar de su responsabilidad en la desintegración y destrucción de la Yugoslavia postcomunista, volverían de inmediato al seno de la comunidad internacional. Como todas las explicaciones que se daban entonces en el mundo del conflicto yugoslavo comenzaban y acababan con la inculpación absoluta de Milosevic, se había ido asentando la convicción de que, con la desaparición de éste, se desvanecerían todos los problemas.
Mira Milosevich, ¿Un nuevo Trianon?, p. 1.