El documental

Demasiado a menudo, historiadores que desprecian los films de argumento consideran que los documentales presentan el pasado de una forma válida, como si las imágenes no hubieran sido mediatizadas. El documental nunca es el reflejo directo de la realidad, es un trabajo en el que las imágenes -ya sean del pasado o del presente- conforman un discurso narrativo con un significado determinado.

Es fácil demostrar que la «verdad» de un documental es fruto de la recreación y no de su capacidad para reflejar la realidad. Tomemos, por ejemplo, el conocido «Battle of San Pietro» (1945) de John Huston, filmado durante la campaña de Italia en 1944 con un único cámara. En este film, como en la mayoría de los documentales bélicos, cuando vemos piezas de artillería disparando e inmediatamente después explosión de los obuses, estamos ante una realidad creada por el realizador. Eso no quiere decir que los obuses que hemos visto lanzar no explotaran o que los impactos no fueran muy parecidos a los que muestran los fotogramas. Pero como ningún cámara puede seguir la trayectoria de un obús desde el disparo hasta el impacto, lo que vemos son en realidad imágenes de dos hechos diferentes montados por el realizador para crear una sola acción. Y si esto ocurre en aspectos menores, ¿qué ocurrirá con hechos más complejos como los que vemos en filmaciones de la actualidad?

(…) El mérito aparente del documental es que aparece abrir una ventana al pasado que nos permite ver las ciudades, las fábricas, los paisajes, los campos de batalla y los líderes de otros tiempos, Pero esta capacidad constituye su principal peligro. Aunque muchos films utilizan imágenes de una época y las montan para dar una visión «real» de la época, debemos recordar que en la pantalla no vemos los hechos en sí, ni siquiera tal y como fueron vividos por sus protagonistas, sino imágenes seleccionadas de aquellos hechos cuidadosamente montadas en secuencias para elaborar un relato o defender un punto de vista concreto.

Robert A. Rosenstone, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, p. 35.

Los films dramáticos

Dar cuenta de la historia mediante una forma dramática implica algunos cambios importantes respecto del relato escrito. La cantidad de información «tradicional» que puede ser presentada en la pantalla con una cinta de dos horas (o en una serie de ocho) siempre será limitada en comparación con una versión impresa del mismo tema, lo cual dejará insatisfecho a cualquier historiador. Pero esta limitación no implica que el cine sea eficaz para plasmar en imágenes la historia. Sobre no importa qué tema histórico se pueden encontrar obras de diverso volumen, ya que la cantidad de material utilizado depende de los objetivos perseguidos. Dos ejemplos: ni el reciente libro de Denis Bredin, «The Affair«, es más «histórico» que el de Nicholas Halsz, «Captain Dreyfus» -a pesar de que el número de sus páginas sea cuatro veces mayor-, ni la versión en un solo volumen de la biografía de Henry James escrita por Leon Edel es más rigurosa que la edición completa de seis tomos.

Aunque con poca información «tradicional», la pantalla reproduce con facilidad aspectos de la vida que podríamos calificar como «otro tipo de información». Las películas nos permiten contemplar paisajes, oír ruidos, sentir emociones a través de los semblantes de los personajes o asistir a conflictos individuales y colectivos. Sin denigrar el poder de la palabra, se debe defender la capacidad de reconstrucción de otros medios.

Robert A. Rosenstone, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, p. 34.