Dimensión internacional de la Revolución de los Jazmines

Esta entrada forma parte de un conjunto de artículos que he escrito sobre el origen y desarrollo de la “Primavera Árabe” en Túnez y Egipto. Para leer los restantes textos dedicados a esta cuestión, haz clic aquí.


El efecto dominó

La Revolución de los Jazmines fue seguida en todo el mundo, pero con especial atención por la población de los países árabes. Desde el inicio de las protestas, miles de ciudadanos de esas naciones se manifestaron en apoyo del pueblo tunecino. Más tarde, cuando este les mostró la ruta para terminar con las dictaduras, emprendieron ellos mismos el camino.

Las declaraciones de Amr Musa, secretario general de la Liga Árabe, a los pocas horas de la huida de Ben Alí resultaron proféticas: “La sociedad árabe tiene unos elementos de construcción, actuación y reacción similares, así que no podemos simplemente considerar a Túnez como un incidente aislado”.

En términos similares a los utilizados por Amr Musa se expresaba el intelectual argelino Iman Uenzar: “Quizás no habrá catarata de derrocamientos, pero la fiebre social se contagiará. Tendremos disturbios sociales más intensos y frecuentes que hasta la fecha”.

Por su parte, Mohamed Lagab, analista político y profesor de Políticas en la Universidad de Argel, afirmaba, en declaraciones a Reuters, que “Túnez es ahora el modelo a seguir para todos los árabes. La época de los dictadores y las dictaduras ha terminado”.

En Egipto, Hamdy Hassan, portavoz de los Hermanos Musulmanes, grupo islamista con más arraigo en el país, lanzaba un aviso a los regímenes del norte de África: “Intuimos de que habrá una explosión que impactará a los países árabes como ha sucedido en Túnez”.

Conscientes quizás de los peligros que traía consigo la Revolución de los Jazmines, muchos gobiernos árabes optaron por una política de silencio informativo.

Incluso en Marruecos, desde los primeros días de enero, las autoridades prohibieron la celebración de actos en apoyo a Túnez. Fue el único país que tomó una medida semejante. Por contra, como excepción que confirma la regla, el líder libio Muammar al-Gaddafi se solidarizó con las reivindicaciones del pueblo tunecino. Paradoja del destino, pues, hasta la fecha, es el único dictador del norte de África ejecutado como consecuencia de la Primavera Árabe.

Los medios de comunicación del mundo musulmán no secundaron ese silencio. En Líbano, el diario de izquierdas As Safir se mostró favorable a la expansión de la revolución a otros países del entorno: “deseamos que esta primera revolución popular del siglo XXI sea un modelo para el cambio en el mundo árabe esperado desde hace mucho tiempo”. Por su parte, el colaborador de Le Quotidien d`Oran, Kamel Daud, escogía un llamativo “Sueño con ser tunecino” como título para su columna.

En la misma línea se expresaba El Watan, periódico argelino de corte liberal, en un editorial titulado “¡Viva el efecto dominó!: Túnez es un sueño para millones de argelinos privados de libertad y democracia”. Por su parte, con un tono más moderado, el semanario marroquí Maroc Hebdo consideraba que Túnez no era un caso aislado.

La figura de Mohamed Bouazizi estuvo muy presente en las incipientes protestas de otros países del entorno. En Argelia, cuatro personas optaron por expresar su descontento quemándose a lo bonzo, si bien ninguno de ellos llegó a fallecer. El primero, registrado el miércoles 12 de enero en la localidad de Bordj Menaïel, era un padre de familia numerosa que trabajaba como agente de las fuerzas de seguridad.

H. Samir, natural de la ciudad de Jijel, eligió para inmolarse el mismo día de la huida de Ben Alí. Mohsen Bouterfif, lo hizo el día 15 de enero en Boujadra, una localidad cercana a la frontera con Túnez. Por último, el domingo día 16, Senuci Tuat se situó frente a la sede de las fuerzas de seguridad de Mostaganem, localidad situada a 350 kilómetros de Argel, y, derramando gasolina sobre sus piernas, se prendió fuego.

Las inmolaciones comenzaron en Egipto el día 17 de enero, con Abdou Abdel-Moneim Jaafar, natural de Shibin el Qanater, como protagonista.

Al día siguiente, tres egipcios más decidieron quemarse a lo bonzo: Mohammed Farouk Hassan y Mohammed Ashour Sorour, en El Cairo, y Ahmed Hashim al-Sayyed, en Alejandría. Este último falleció en el acto. El 17 de enero fue también el día elegido por Yaghoub Uld Dahud para quemarse a lo bonzo frente al Senado de Nuakchot, capital de Mauritania. Este empresario de cuarenta años, cansado del trato discriminatorio que el gobierno daba a su tribu, decidió protestar rociando su coche con gasolina, encerrándose en él y prendiéndole fuego.

Situaciones similares a las citadas de Argelia, Egipto y Mauritania fueron repitiéndose en la mayor parte de los países árabes durante la segunda mitad del mes de enero. En líneas generales, todos estos sucesos tuvieron dos rasgos comunes: su cercanía temporal con el final del régimen de Ben Alí y una inmediata reacción favorable por parte de la población.

En definitiva, la Revolución de los Jazmines habían demostrado que los regímenes dictatoriales del mundo árabe eran más frágiles de lo esperado. A partir de entonces, no faltaron ciudadanos dispuestos a iniciar la protesta quemándose a lo bonzo, ni tampoco personas que secundaran sus actos con manifestaciones multitudinarias.

A partir del 25 de enero, Egipto se convirtió en el nuevo centro de la opinión pública internacional. Una manifestación convocada por diversas organizaciones a través de las redes sociales iba a dar lugar al segundo derrocamiento de la Primavera Árabe.

Los jóvenes egipcios que, el día 14 de enero, gritaban aquello de “Ben Alí, vete ya, y de paso llévate a Mubarak”, acabaron cumpliendo su objetivo apenas un mes después. Pero no sólo se produjeron revueltas “a la tunecina” en el país del Nilo, sino también en Palestina, Arabia Saudí, Jordania, Marruecos, Siria… Pocos días después de la manifestación en Egipto, miles de personas eran convocadas, mediante SMS, a una gran concentración en la ciudad de Yeda (Arabia Saudí).

Los manifestantes se enfrentaron a los agentes de seguridad que trataron de disolverlos, siendo detenidos más de cien ciudadanos. Al mismo tiempo, en Ammán, capital de Jordania, un gran número de ciudadanos acudían a la convocatoria de los Hermanos Musulmanes para pedir la bajada del precio de los productos alimenticios y elecciones libres.

Construyendo un nuevo paradigma revolucionario

Pocas semanas antes de la Revolución de los Jazmines, podían contarse con los dedos de una mano las personas que creían posible el fin inmediato del régimen tunecino. Los acontecimientos que tuvieron lugar en el país mediterráneo a caballo entre 2010 y 2011, han cambiado de forma decisiva nuestra percepción de la realidad social del Magreb.

Sin embargo, no sólo se ha visto afectado ese paradigma, sino también el propio concepto de revolución, así como la política exterior de buena parte de los países occidentales.

Hasta los acontecimientos de la Primavera Árabe, las dictaduras del Magreb eran percibidas como algo sólido e inamovible. La posibilidad de que fueran derrocadas por una revolución popular se veía como algo remoto, y, en todo caso protagonizado por grupos islamistas. En esa situación, Occidente prefería apoyar a los regímenes de esos países antes que verlos sometidos a la Sharia.

Los sucesos de Túnez acabaron con esa hipótesis. En enero de 2011, Ben Alí cayó con sorprendente facilidad, y no por la acción de los grupos islamistas –de hecho, la actividad del partido Ennahdha fue muy escasa durante esos días-, sino por el descontento de los ciudadanos de a pie.

Por tanto, las dictaduras del norte de África no eran ni tan sólidas como se decía, ni el último baluarte contra la expansión de la Sharia. Siendo así las cosas, parece evidente que Occidente, sosteniendo esos regímenes poco respetuosos con los derechos humanos, ha sido un obstáculo para la democracia en los países árabes.

Además, el nuevo paradigma se alimenta de dos elementos desconocidos hasta ahora en el norte de África: la autonomía del ejército y el uso de las nuevas tecnologías como medios de convocatoria y plataformas para la coordinación de la protesta.

Analizando el caso tunecino, observamos que Ben Alí sólo optó por abandonar el poder cuando descubrió que no tenía el respaldo de los altos mandos militares. Por cierto, situación muy similar a la vivida por Hosni Mubarak un mes después en Egipto.

El ejército tunecino, al fin y al cabo, desempeñó un papel fundamental en la Revolución de los Jazmines; y no sólo eso, sino que también mostró un camino alternativo a los militares de otros países. En definitiva, se erigieron en árbitros de la pugna entre el régimen y el pueblo, inclinando la balanza, finalmente, del lado de este último.

El uso de las nuevas tecnologías, y muy especialmente las redes sociales, constituyó otro elemento novedoso de la revuelta tunecina. Sin lugar a dudas, su papel como medios de convocatoria, ha cambiado notablemente la noción de revolución que teníamos hasta la fecha.

Pero su rol no se limito a lo meramente organizativo. Gracias a la última generación de dispositivos móviles, los manifestantes pudieron grabar videos y hacer fotografías que, de forma inmediata, eran subidas a la red. De esta manera, en todo el país, y en el mundo entero, cualquiera podía acceder a ese material gráfico.

Ahora bien, si por algo se caracterizó la Revolución de los Jazmines fue por su carácter bloguero. Las bitácoras tuvieron, si cabe, una mayor importancia en los acontecimientos de Túnez que las redes sociales.

De entre ellas, cabe destacar A tunisian girl desde donde Lina Ben Mhenni, una joven de 27 años, combatió el régimen de Ben Alí. Incluso un año antes de la inmolación de Mohamed Bouazizi ya había empezado a desafiar al gobierno junto con otros blogueros del país. Por desempeñar esa labor fueron perseguidos, detenidos y torturados. Pero su perseverancia obtuvo sus frutos cuando, en diciembre de 2010, el pueblo tunecino se levantó contra el dictador.

El Día de la Ira

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Tres fueron los factores que llevaron a cientos de miles de habitantes de El Cairo a congregarse el 25 de enero de 2011 –“El Día de la Ira”- para protestar contra el régimen.

El primero de ellos fue, sin lugar a dudas, el descontento generalizado -si bien más intenso entre los jóvenes- por la falta de libertad política y la crisis económica. A los abusos de la autoridad, cuyo paradigma era el asesinato de Khaled Saeed, se unían una tasa de paro del 9.7%, -afectaba a casi ocho millones de personas-, algo más de dieciséis millones de egipcios viviendo bajo el umbral de la pobreza (20% de la población), y un alto índice de corrupción gubernamental: un 3.1 para el año 2010 sobre 10 en el Índice de Percepción de Corrupción.

El segundo elemento que hizo posible la protesta del 25 de enero fue la canalización de ese descontento a través de las redes sociales. En concreto, la labor de la página “Kullum Khaled Saeed” y el empeño de su creador por utilizarla como medio para ganar adeptos y plataforma para llevarlos a la protesta en la calle.

Por tanto, no es aventurado afirmar que sin la muerte de Khaled Saeed y la actividad de Wael Ghonim, “El Día de la Ira” no hubiera tenido lugar; o, al menos, no tal y como lo conocemos.

Ahora bien, no hemos de olvidar el apoyo del que gozó la convocatoria por parte de otros grupos opositores como el Movimiento Juvenil 6 de Abril y la coalición Kifaya. El primero de ellos surgió en la ciudad de Mahallah en solidaridad con los trabajadores del sector textil que se habían declarado en huelga a mediados de 2010. Por su parte, Kifaya había sido fundado en 2004 como grupo político opositor al régimen de Hosni Mubarak y partidario de reformas que condujeran al país hacia la democracia.

De hecho, Asmaa Mahfouz, un joven de 26 años que había participado en la formación del Movimiento Juvenil 6 de Abril, publicó un video en Facebook pocos días antes del 25 de enero. En él se dirigía a los internautas egipcios con las siguientes palabras: “Estoy haciendo este video para darles un simple mensaje: queremos ir a la plaza Tahrir el 25 de enero. Iremos allí a exigir nuestros derechos fundamentales. Simplemente queremos nuestros derechos, nada más. Voy a ir el 25 de enero, y distribuiré octavillas por la calle. No voy a prenderme fuego. Si las fuerzas de seguridad quieren prenderme fuego, que vengan y lo hagan. Si te consideras hombre, ven conmigo el 25 de enero. Quien diga que las mujeres no deberían ir a las manifestaciones porque las van a golpear, que se ahorre el honor y la hombría y venga conmigo el 25 de enero”.

Los sucesos de Túnez fueron, no sólo la tercera de las causas a las que nos venimos refiriendo, sino también la chispa que encendió el polvorín egipcio.

El 17 de diciembre de 2010, el joven vendedor ambulante Mohamed Bouazizi decidió protestar contra los abusos de las autoridades, la corrupción y la situación económica, quemándose a lo bonzo frente a la policía. Con ese lamentable suceso dió comienzo la revolución de los jazmines. Apenas un mes después, el 14 de enero de 2011, caía el régimen de Ben Alí.

La influencia de los acontecimientos de Túnez sobre la revolución egipcia se hace evidente cuando repasamos las fechas de las cuatro inmolaciones registradas en el país del Nilo: una de ellas se produjo el 17 de enero, la de Abdou Abdel-Moneim Jaafar, y las tres restantes el día 18 -Mohammed Farouk Hassan, Ahmed Hashim al-Sayyed y Mohammed Ashour Sorour.

Es decir, tuvieron lugar una vez hubo triunfado la revolución de los jazmines. El modo de protesta de estas cuatro personas fue, además, el mismo que el utilizado por el tunecino Mohamed Bouazizi: quemarse a lo bonzo; si bien el único fallecido fue Ahmed Hashim al-Sayyed, natural de Alejandría.

Por tanto, cuando los egipcios se echaron a la calle el día 25 de enero para expresar su descontento, contaban con el triunfo de la experiencia tunecina, así como con el apoyo virtual de cientos de miles de internautas. La gran incógnita de los convocantes era si de verdad ese clamor popular de la red se transformaría en una manifestación masiva en el “mundo real”.

La respuesta la encontraron en la plaza de Tahrir de El Cairo, con algo más de 15.000 asistentes; pero también en otras ciudades como Alejandría, Asuán, Ismailia o Mahallah.

La policía tenía órdenes de evitar la manifestación de la plaza de Tahrir con todos los medios a su alcance. De ahí que intentaran dispersar a la multitud con gases lacrimógenos y cañones de agua. La población respondió con piedras, y pronto aquel escenario se convirtió en una batalla campal. El saldo: cientos de heridos y un policía muerto. Tampoco Suez, donde apenas una semana antes ya se habían producido disturbios, se libró de la violencia entre población y fuerzas de seguridad. En este caso, el enfrentamiento acabó con la vida de dos manifestantes.

“El Día de la Ira” se había convertido en la mayor muestra de descontento popular de la historia del régimen de Hosni Mubarak. El gobierno comenzaba a ser consciente de que de la red a la calle había sólo un paso. De ahí que entre las primeras medidas tomadas por las autoridades estuviera el cierre de Twitter en todo el espacio egipcio.

Además, fuentes gubernamentales se apresuraron a culpar de los hechos al grupo islamista de los Hermanos Musulmanes. El objetivo, como es lógico, era señalar a los radicales para dar la impresión de que se trataba de un hecho aislado y que el pueblo egipcio seguía siendo fiel al régimen. Sin embargo, esas medidas fueron insuficientes, por lo que el gobierno de Egipto se vio obligado a cortar totalmente internet, siendo el primer país de la historia en tomar esa medida.

Una vez recuperado de las emociones vividas el día anterior, Asmaa Mahofouz, del Movimiento Juvenil 6 de Abril, grababa el siguiente mensaje: “Lo que aprendimos ayer es que somos nosotros los que tenemos el poder, no ellos. La fuerza está en la unidad y no en la división. Ayer vivimos los mejores momentos de nuestras vidas”.