Otra forma de intervencionismo estatal fue la planificación económica, que sólo era posible aplicar en los Estados totalitarios.
La Rusia soviética, la Alemania nazi y la Italia fascista los pusieron en marcha para incrementar la producción. Su crecimiento fue espectacular, en parte por la inversión acelerada en equipamiento militar.
En el caso de Alemania, al poco de subir Hitler al poder, se suspendieron los pagos de las reparaciones de guerra. Además, se pactaron medidas económicas con los industriales y banqueros alemanes, favoreciendo la concentración empresarial y las grandes inversiones estatales.
Se prohibió importar y se impuso una política autárquica, aplicándose un proteccionismo a ultranza. Las compras al extranjero se realizaban mediante “marcos bloqueados”: divisas que sólo servían para comprar en Alemania.
Se estableció un control sobre la producción agrícola para que no descendieran los precios, al tiempo que se potenciaba la industria con el rearme y las obras públicas.
Cuando Hitler llegó al poder, Alemania contaba con cerca de seis millones de parados; en 1934 sólo eran dos millones y medio y en 1936 no había paro. No obstante, sin su política armamentística no hubiera alcanzado esos resultados: Alemania se dirigía a otra guerra de escala mundial.