Mi nombre es Khaled Said

Esta entrada forma parte de un conjunto de artículos que he escrito sobre el origen y desarrollo de la «Primavera Árabe» en Túnez y Egipto. Para leer los restantes textos dedicados a esta cuestión, haz clic aquí.


Khaled Mohamed Saeed, joven informático de 28 años de edad, caminaba por las calles de Alejandría en la tarde del 6 de junio de 2010. Su objetivo: visitar un cibercafé desde donde subir a la red una serie de grabaciones en las que se demostraba la implicación de la policía en el contrabando de narcóticos. La falta de libertad existente en el país, unida al riesgo que suponía llevar a cabo esa tarea desde su domicilio, le convencieron de la necesidad de acudir a un local situado en el barrio de Sidi Gaber.

La historia de Khaled Saeed era similar a la de cientos de jóvenes egipcios que, haciendo uso de las nuevas tecnologías, denunciaban los abusos de las fuerzas de seguridad y la falta de libertad existente en Egipto.

Un país al que Hosni Mubarak mantenía en el estado de emergencia desde su ascenso al poder. La red se convertía así en el mejor medio de expresión para una generación frustrada por la situación política y la crisis económica.

Sin embargo, en la tarde del 6 de junio, Khaled Saeed iba a dejar de ser uno más de los miles de blogueros, tuiteros y usuarios de Facebook que aprovechaban estos medios para canalizar su descontento. A partir de su visita a ese pequeño cibercafé iba a convertirse en un mito de la oposición al régimen. El precio a pagar: su propia vida.

Mientras iniciaba su labor, un coche patrulla con dos agentes se dirigía al cibercafé con el propósito de acabar con sus denuncias para siempre.

Una vez dentro del local, se acercaron al habitáculo donde se encontraba el joven informático con intención de sacarlo de allí. Según testigos oculares, Khaled Saeed trató de resistirse, pero su defensa se quebró cuando le golpearon con una mesa de mármol en la cabeza. En ese momento, Haizam Hassan Hanafi, propietario del establecimiento, les pidió que se marcharan.

En la misma calle, los agentes empujaron al joven egipcio contra la pared de un edificio cercano. Khaled Saeed volvió a golpearse en la cabeza y cayó al suelo. Sin embargo, su calvario no terminaría ahí. Fue levantado del suelo y, apoyado en el muro, recibió varios puñetazos por parte de sus agresores.

Así transcurrió la escena, entre gritos, golpes y sangre, hasta que el cuerpo del opositor quedó inerte. Los policías volvieron a su vehículo dejandole en el suelo y se marcharon. Sólo entonces salieron los clientes del cibercafé. Uno de ellos, médico de profesión, certificó su muerte tras realizar un breve examen.

La manipulación posterior de la autopsia confirmó la versión de los hechos defendida por los responsables policiales: la causa del fallecimiento había sido la asfixia, provocada por un intento de ingerir hachís.

Los testimonios de los testigos presenciales, así como la condición de opositor de Khaled Saeed, eran motivos más que suficientes para sospechar de ese relato. Finalmente, la difusión de las fotografías de su cadaver, lleno de heridas y contusiones –un rostro completamente desfigurado-, echó por tierra la credibilidad de la versión oficial. La hipótesis sobre un posible abuso policial -un asesinato- comenzó a tomar cuerpo.

Los dos agentes fueron arrestados durante cuatro días e interrogados sobre los sucesos de aquella tarde. Se trató simplemente de una pantomima: la versión oficial se mantuvo y los policías fueron puestos en libertad. Para las autoridades del país, Khaled Mohamed Saeed, de 28 años de edad, no había sido asesinado. Pero ¿qué opinaban sobre esto los egipcios? ¿cómo reaccionaron los jóvenes que, como él, reclamaban más libertad desde internet?

Pocos días después, la fotografía del torturado Khaled Saeed circulaba por la red levantando una oleada de protestas que rebasó, incluso, las fronteras de Egipto. Las críticas internacionacionales se fueron sucediendo, mientras que la situación interna llegó a tal nivel de tensión que las autoridades se vieron obligadas a reabrir el caso. Se celebraría un juicio para determinar la culpabilidad de los dos agentes que le detuvieron y, presuntamente, torturaron.

Una imagen difundida por internet había sido capaz de vencer la fría y tenaz oposición de un régimen con casi tres décadas de vigencia.

El gobierno empezaba a percibir la oposición en la red como algo incomodo, pero seguía sin verla como un peligro real. Para los dirigentes egipcios, no existían puentes visibles entre el ámbito de lo virtual y la calle. Esto les permitía sentirse seguros ante las actividades subversivas llevadas a cabo desde los blogs y las redes sociales. Sería precisamente el fantasma de Khaled Saeed el que, casi seis meses después, acabó por demostrarles lo equivocados que estaban.

La repulsa de buena parte de los egipcios al maltrato y asesinato del joven informático hizo germinar una nueva solidaridad entre los habitantes del país. Un sentimientos que, sin lugar a dudas, les unía más como grupo, al tiempo que despertaba su deseo de acabar con el régimen. Los más afectados fueron, como es lógico, aquellos que, a través de la red, habían desempeñado una labor de oposición similar a la llevada a cabo por Khaled Saeed. De uno de ellos partió la idea que iba a cambiar el rumbo de la vida política en Egipto, el origen de una revolución que, en unos pocos meses, iba a derrocar a Hosni Mubarak.

Bajo el seudónimo ElShaheed (el mártir), Wael Said Abbas Ghonim puso en marcha a principios de julio la página de Facebook “Mi nombre es Khaled Saeed”.

Lo que le motivo a llevar a cabo esa iniciativa fue la conmoción que sintió al ver la fotografía del joven torturado en el perfil del activista político y líder del al-Ghad (Partido del Mañana) Ayman Nur: “Sentí que podía haberme pasado a mí. Al día siguiente, tras verificar lo que había sucedido, decidí crear un grupo en Facebook para unir a la juventud egipcia contra las prácticas brutales de la policía. Soy el único administrador de esta página, y así ha sido desde que comencé”.

Con Khaled Saeed por bandera, ElShaheed se propuso utilizar la red social como plataforma para canalizar el descontento popular y llevarlo de internet a la calle. La cantidad de apoyos recibidos en la primera semana sorprendieron hasta al propio creador del perfil. Sin embargo, la página fue bloqueada, por lo que tuvo que generar una nueva: “Kullum Khaled Saeed” (Todos somos Khaled Saeed).

A comienzos de 2011, pocos días antes de la revolución, los usuarios conectados a ella superaba los 500.000 dentro del territorio egipcio. Faltaba tan sólo la chispa que encendiera la mecha del descontento, la llave que abriera las puertas de la esperanza al país del Nilo. Un pueblo del entorno, el tunecino, sería el encargado de marcar el camino.