Para un historiador académico, aproximarse al mundo del cine es una experiencia que suscita entusiasmo a la vez que desconcierto. El entusiasmo surge por varios motivos: la atracción del medio audivisual, la oportunidad de huir de la soledad de la biblioteca para compartir con otras personas un proyecto; y la deliciosa idea de imaginar los potenciales receptores de tu investigación y análisis. El desconcierto nace de causas obvias: independientemente de lo honesto o serio que sea el director y el grado de profundidad de su estudio, el historiador nunca estará satisfecho de lo que ve en la pantalla (aunque pueda gustarle como simple espectador de cine). Inevitablemente al llevar lo escrito a imágenes siempre hay cambios que alteran el sentido del pasado tal y como lo entienden aquellos que trabajan con palabras.
Robert A. Rosenstone, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, p. 27.