El problema del conocimiento en Jürgen Habermas


El planteamiento de Jürgen Habermas se sitúa a medio camino entre la postura de Weber acerca de la legitimación y la de Geertz sobre la ideología como identificación.

Desde su punto de vista, la brecha entre pretensión y creencia sólo puede comprenderse cabalmente al término de un proceso de crítica. A su vez, en la línea de lo que desarrollará después Geertz, sugiere que en el fondo la ideología se refiere a la comunicación y a la mediación simbólica de la acción.

El marco conceptual de Habermas es metacrítico; es decir, somete la crítica del conocimiento a una autorreflexión. Esa idea de filosofía entendida como una crítica tiene su origen en Horkheimer y la Escuela de Frankfurt, si bien Habermas la hace derivar de la tradición kantiana. Precisamente uno de sus retos es encajar en ella el marxismo, al que no considera una ciencia especulativa, sino crítica.

Relación entre Habermas y Marx: sus grandezas

Habermas contrapone el materialismo a las operaciones intelectuales del idealismo hegeliano y, a partir de ahí, reemplaza el yo trascendental como asiento de la síntesis del objeto por la productividad de un sujeto que trabaja y que se materializa en esa labor.

Sin embargo, su interpretación es posmarxista, pues reconoce las realizaciones positivas –sus grandezas-, al tiempo critica sus limitaciones (debilidades). No desarrolla, por tanto, una repetición de Marx sin más, sino que se trata de una repetición crítica.

Para Habermas la grandeza de Marx está en dar con la solución del problema de la síntesis: no es una autoconciencia, sino una actividad; la praxis es lo que da la síntesis. La caracterización de la especie humana concreta como portadora de la síntesis tiene varias ventajas:

  • Al mismo tiempo tenemos una categoría antropológica y otra epistemológica. Al afirmar que el trabajo produce la síntesis del objeto, no solo nos detenemos en la actividad económica humana, sino que también comprendemos la naturaleza de nuestro conocimiento: el modo en que aprehendemos en el mundo.
  • Nos aporta una mejor interpretación del concepto Lebenswelt (mundo de la vida) de Husserl. Entender el trabajo como síntesis evita caer en el error de considerar esa noción como ahistórica. Es más, Habermas resalta que Marx nos enseña que debemos hablar de la humanidad en términos históricos. Y esa historización de los trascendente es posible porque el marxismo vincula la historia con las fuerzas de producción.
  • Asigna a la dimensión económica el papel que el idealismo de Hegel reservaba a la lógica.

Relación entre Hegel y Marx: sus limitaciones

La objeción principal de Habermas es que Marx redujo el concepto de actividad a la producción, reduciendo así el alcance de su descubrimiento en la cuestión de la síntesis. Esto es así porque identifico el trabajo con la mera acción instrumental.

Además, insiste en establecer una distinción entre relaciones y fuerzas de producción, que en Marx se identifican.

Por las primeras entiende el marco institucional del trabajo, el hecho de que este exista dentro de un sistema de libre empresa o dentro del sector público. Este no se limitará únicamente al marco jurídico, sino que es lo que Habermas llama estructura de la acción simbólica y tradición cultural. En definitiva, el término “institucional” ha de entenderse en un sentido más amplio que el meramente jurídico o legal.

Solo dentro de un marco conceptual que distingue entre relaciones y fuerzas de producción donde podemos hablar de ideología, pues está se da en el primer ámbito, no en el segundo. Es precisamente en ese punto donde Habermas entiende que el trabajo humano es más que la mera acción instrumental, pues no podemos trabajar sin aportar nuestras relaciones e interpretación simbólica del mundo. Cuando trabajamos lo hacemos dentro de un sistema de convenciones.

En esa misma línea, Habermas afirma que, en la medida en la que reducimos la praxis a la producción material, a acción instrumental, el modelo es el de las ciencias naturales.

Esa es la conversión que critica en Marx, pues considera que realmente está ante una ciencia social crítica. Es decir, que tiene que ver con el sistema simbólico de la interacción.

De la historia

Artículo publicado por Historia en Presente el 27 de enero de 2009.


La idea de escribir este artículo surgió el sábado durante la larga e interesante sobremesa que compartí con otros miembros de Lorem-ipsum. El motivo de la reunión fue la conferencia de Rafael Rodrigo en El Escorial. Mis felicitaciones a todos, y especialmente al ponente; podemos afirmar que el evento fue un éxito. Por esa razón, como tributo al autor del blog “De la guerra”, me ha parecido oportuno emular el título cambiando el sustantivo. Pido disculpas de antemano por el contenido del artículo, ya que no es muy ortodoxo y, muchas de sus ideas, merecerían un repaso o profundización. Dejo esto para el debate, si lo hubiera, o para posteriores artículos. De momento me conformo con estas pinceladas.

Primer acto: la historia liberada

Desde mi punto de vista, el historiador es un privilegiado, pues tiene por objeto de estudio el elemento más complejo e interesante de cuantos existen: la persona. El ser humano, con toda la dignidad que le otorgan los textos legales nacionales e internacionales, las creencias religiosas, escuelas filosóficas e ideologías de la más diversa índole, es único e irrepetible. No obstante, también es imprevisible y limitado.

La primera de estas características entra en contradicción con los propósitos de todo aquel que, desde el campo de las ciencias sociales, busca en su manera de actuar argumentos racionales perfectamente explicables y, por tanto, predecibles cual objeto de ciencias naturales. El segundo, afecta al estudioso, que ha de ser siempre consciente de que no es omnisciente [1].

Los historiadores nos percatamos hace unas décadas de nuestra incapacidad tanto para narrar “lo que realmente ocurrió” como para “predecir lo que sucederá en unas circunstancias concretas”. Eso es en cierto modo lo que llamamos “la crisis de la historia”.

Sin embargo, lo realmente sorprendente es que hayamos tardado dos siglos en caer en la cuenta. Esto puede llevarnos a cerrar el quiosco y poner el cartel de “cerrado por no tener nada que ofrecer”, pero yo no lo haría. Mi opinión es que, detrás de la supuesta crisis, se esconde algo que purga la conciencia de los historiadores de los mitos positivistas y materialistas.

Se trata de la vuelta del historiador, del autor que deja de ser cronista o adivino para ofrecer a la sociedad en la que vive una narración imperfecta en cuanto a los hechos –no puede abarcar todo [1]-, pero llena de vitalidad en tanto que es una creación intelectual. Perdemos quizás la pretensión de totalidad –por otro lado imposible de alcanzar-, pero ganamos el juicio de una persona que, tras estudiar las fuentes pone a nuestra disposición su visión de los acontecimientos.

No es omnisciente, verdad; pero en tanto que creación humana, sujeta a unas reglas historiográficas y a la honradez del historiador, posee un gran valor [1].

Segundo acto: toda la historia es contemporánea

O dicho de otro modo -para que no se me enfaden los colegas de Antigua, Medieval y Moderna-, la historia se escribe desde el presente. El historiador no es sólo deudor de una herencia histórica e historiográfica; no es un ser que se traslada a una época lejana y analiza los hechos desde la mentalidad de un determinado pasado.

El profesional de la historia es hijo de su tiempo, de sus prejuicios, logros, miedos, creencias… En un libro de historia no sólo encontramos una narración de hechos pretéritos, sino también el reflejo del presente en que se escribió.

No hemos de olvidar que el autor es una persona, y como tal no puede ser transplantada de manera antinatural a una realidad que no es la suya. Como mucho puede tratar de entender la mentalidad de la época que estudia, pero no librarse de la propia. Es más, esto le da al trabajo del historiador un valor añadido en tanto que lo que escribe es más personal.

El caballo del que nos hemos caído en las últimas décadas es el de pensar que los autores de los libros e investigaciones históricas son autómatas objetivos que trasladan unos hechos al papel. Desde esa mentalidad se considera negativa la aportación personal de los historiadores, pues esta viene a ensuciar un supuesto legado que recibimos del pasado. Siento decir que de nuestros antecesores no nos llega nada más que un cúmulo de fuentes diversas que los profesionales de la historia tienen que recomponer para conformar un discurso coherente.

Por tanto, no son meros papagayos que repiten un legado, sino más bien creadores que, a partir de esas fuentes y de las obras de historia escritas anteriormente, ofrecen a la sociedad un trabajo intelectual original [2].

Tercer acto: para que sirve la historia

No se recomienda la lectura de este último epígrafe del artículo a los adoradores de la diosa Utilidad. Lo siento tanto por ellos como por los que sostienen que la historia es útil o “sirve para algo”, pero no comparto su visión. Ahora bien, a nadie medianamente inteligente se le escapa el hecho de que existen “fuerzas” aparentemente inútiles que mueven montañas.

Determinadas doctrinas morales, ideológicas o religiosas pueden llevar a una sociedad al envejecimiento demográfico o a la superpoblación. Por tanto, eso que era inútil, al calar en la mentalidad de los grupos humanos puede generar problemas políticos, económicos, sociológicos… Eso por no hablar de la recurrente crisis de Occidente, que en ocasiones nos lleva a ceder, en el seno de nuestras propias sociedades democráticas, ante movimientos intolerantes de carácter fundamentalista.

Es problema de ellos por ser lo que son, o nuestro por no creer en nuestros valores. Si no creemos en ellos tal vez sea porque un día nos planteamos que no servían para nada. Las repercusiones de esas “fuerzas” son difíciles de medir, pero es mejor no tomárselas a la ligera.

A través del trabajo de los historiadores los grupos humanos conocen los orígenes de su cultura, su identidad.

Esto les permite abandonar una peligrosa orfandad, así como legitimar su forma de vida, que no las estructuras de las que hablaban los marxistas. Además, la historia nos proporciona ejemplos que, sin ser idénticos a las circunstancias presentes, se pueden aplicar de alguna forma o utilizar como bandera de los más diversos movimientos.

De ahí que las modas y la perspectiva en la historia varíen, puesto que ese recurso a las figuras del pasado es algo muy humano. Desde hace siglos, los distintos grupos humanos han buscado diversos modelos, personales y sociales, en función de sus circunstancias. En resumen, cada generación tiene la obligación de reescribir, basándose en la historiografía anterior, la historia de su cultura.

Bibliografía:

[1] El conocimiento histórico, Henri-Irénée Marrou – Barcelona – Idea Books – 1999.

[2] La sociedad internacional en el cambio de siglo (1885-1919), Paloma García Picazo – Madrid – UNED – 2003.