#15M. El ocaso de la Indignación

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El 15 de mayo miles de ciudadanos salieron a la calle para pedir un cambio. Todos ellos tenían una idea común: el sistema político, la democracia española de 1978, necesitaba una profunda reforma. Quizás ese día pasaron desapercibidos, pero cuando las acampadas, especialmente la de la Puerta del Sol, comenzaron a coger fuerza, se convirtieron en noticia.

Durante varios días eclipsaron en los medios de comunicación a los protagonistas de la campaña electoral, llenaron Twitter con sus tweets y retweets, y, sobre todo, se ganaron las simpatías de millones de personas en todo el mundo.

Sin embargo, una semana después, la amenaza acecha al movimiento de protesta: la radicalidad de algunos planteamientos, la pérdida del consenso inicial, la desconfianza entre algunos de ellos, el miedo al desalojo, el derrotismo, el cansancio o el creciente protagonismo de algunos grupos organizados afectan negativamente al 15M. Es más, la plataforma no sólo se debilita por dentro. Ha perdido también parte del protagonismo mediático que la vio nacer y, lo que es más importante, empieza a resultar incomprensible para el pueblo que ellos dicen representar.

En mi comienzo está mi fin

Uno de los errores fundamentales de los indignados ha sido olvidar su punto de partida: un programa de mínimos que, debido a su sentido común, era aceptado por buena parte de la población. El movimiento del 15M daba voz a una idea que muchos españoles respaldaban: el sistema político necesita reformas.

Su proyecto, por tanto, no iba más allá de la reforma de la Ley Electoral, un mayor control sobre la actividad y el gasto de la actividad política, una nueva relación entre ciudadanos y partidos, y la independencia real del Poder Judicial. En definitiva, ideas que buena parte de los españoles suscribiríamos desde hace muchos años y que, únicamente las redes sociales, el descontento con la marcha de la economía y la decisión valiente de un grupo primigenio de indignados, hizo salir a la luz pública.

La sencillez de esas primeras ideas permitieron que el movimiento creciera y que buena parte de la población les brindara su apoyo. Incluso los partidos –muchos de ellos buscando un mayor respaldo electoral- se mostraron comprensivos con los protagonistas de la protesta.

Al respecto, hay que tener en cuenta que, en los primeros días del movimiento 15M no se pedía la cabeza de los políticos, sino que encabezaran ellos mismos las reformas.

No obstante, la responsabilidad que sentían sobre sus hombros, el saber que eran objeto de atención en todo el país, les hizo perder el norte. Del consenso de mínimos se pasó a un sinfín de peticiones, o mejor dicho, exigencias. Proyectos que, en muchos casos, estaban lejos del sentido común exibido durante los primeros días del movimiento. Las asambleas logísticas pasaron a convertirse en entes pseudolegislativos, de los que salían propuestas más propias de grupos minoritarios.

Stefan Zweig cuenta en una de sus obras que María Estuardo, antes de dirigirse al patíbulo, dejó escrito: “en mi comienzo está mi fin”. Con independencia de los motivos que impulsaron a esta reina de Escocia a plasmar esa frase en un papel, y también al margen de lo que interpreta el autor, queda claro que el movimiento 15M olvidó su punto de partida, su comienzo, y eso le ha llevado al fin. Los indignados supieron en su momento interpretar los deseos de la ciudadanía, pero fue sólo un instante, como un espejismo que después dejó paso a propuestas que ya no tenían el respaldo del pueblo.

Perdiendo el tren de la moderación

El jueves por la tarde podía oírse en la madrileña Puerta del Sol: “Nosotros somos el pueblo”. Para aquellos que hemos profundizado un poco en el estudio de la Historia, esa frase nos suele traer malos recuerdos. Cuando una persona o colectivo se han elevado tanto que pretenden ser ellos la voz del popular, las consecuencias no suelen ser buenas.

Dejando de lado esos temores propios de experiencias pretéritas, lo cierto es que Sol necesitaba al pueblo para sobrevivir.

El 15M quería ser el pueblo; esa era su única fuerza, su única fuente de legitimidad ante las instituciones a las que exigía un cambio. No le valía con tener la simpatía popular, ni tampoco esa tolerancia de quien deja a unos chiquillos hacer travesuras porque resultan simpáticos. No. La protesta necesitaba a la ciudadanía.

En esta situación, aquellas actitudes que excedieran la moderación, las llevadas a cabo como quien no tiene nada que perder, resultaban totalmente erróneas y llevaban al movimiento hacia su perdición. Quizás los indignados no tenían nada que perder, y tal vez muchos de ellos simpatizaban con las ideas más radicales, pero ellos necesitaban al pueblo, y este era moderado.

Mientras Sol se autoproclamaba asamblea constituyente, los indignados no se percataban de que buena parte de la ciudadanía tenía mucho que perder ante el triunfo de las ideas radicales. Cada panfleto pseudolegislativo que salía de las comisiones alejaba, centímetro a centímetro al verdadero pueblo de su supesta voz. Ese programa de mínimos se había ido transformando en un complejo Leviatán que, lejos de acercarles al triunfo, les hundía cada vez más en las profundidades de su propia soledad.

La Puerta del Sol tenía cada vez más inquilinos, pero ya no representaba al pueblo. Radicales, aventureros y ahogados por su propio e inesperado éxito se reunían entre festivales improvisados, asambleas de papel mojado y enrevesadas propuestas.

La ciudadanía, por su parte, seguía su propio camino. Habían pasado de apoyarles a, simple y llanamente, respetarles. Sin embargo, el respeto no les servía para nada a los representantes del 15M: el respaldo del pueblo era imprescindible, y lo habían perdido. Con sus ideas radicales habían perdido el tren de la moderación, y con él el de las reformas. Ya no eran la voz del pueblo, sino un grupo de personas indignadas y con algunas ideas peligrosas. Y así, llegó el ocaso a la madrileña plaza de Sol.

El Sol poniéndose en las calles

El sábado 21, jornada de reflexión, ellos eran los protagonistas. Pero, sin saberlo, ese mismo día transformaron el carácter de su protagonismo: pasaron de ser una protesta moderada a otra de carácter ilegal. La experiencia de estar fuera de la ley los sedujo, y ahí empezó su camino hacia el aislamiento.

El primer paso para abandonar la moderación fue, aunque muchos no opinen lo mismo, violar la jornada de reflexión.

En Sol brillaba la protesta, pero en las calles el ocaso del 15M comenzó a hacerse evidente en las últimas horas del sábado. El pueblo, fuente inagotable de legitimación, se alejaba del movimiento de protesta. El gran divorcio se consumo el domingo. Los medios de comunicación que en su día habían consentido su protagonismo, les daban de pronto la espalda. La actualidad no estaba ya en Sol, sino en la jornada electoral, en la participación, los resultados y las reacciones de los nuevos protagonistas. Los políticos, eclipsados durante casi una semana, volvían a la palestra.

Sin embargo, el 15M había perdido, no sólo la iniciativa de la información, sino también la popular. A su viraje radical que tan poco gustó a la ciudadanía, se unió el empeño de Sol por concentrar el debate en las cifras de abstención, votos en blanco o apoyo a los partidos minoritarios. Dejaron de ser una protesta que pedía a los partidos una reforma en algunos puntos del sistema político a enfrentarse a ellos, cual fuerza electoral, en las urnas. Dejaron su programa de mínimos para vender unas propuestas tendentes al radicalismo.

Al final, perdieron en las urnas, a donde nunca debieron acudir, y, más importante aún, perdieron al pueblo. En la noche del 22 de mayo, mientras Génova celebraba su victoria, Sol se preparaba para dormir. El silencio tomaba la plaza, pero no para realizar un necesario examen de conciencia. El 15M se refugiaba en sí mismo, se aislaba más, se sentía incomprendido, quizás incluso agredido.

Aunque ellos no lo supieran en ese momento, el camino hacia su final había comenzado.: Sol y la calle ya no eran lo mismo.

Sobre Saturno y sus satélites

Las revoluciones, al igual que Saturno en el relato mitológico, tienen la mala constumbre de devorar a sus propios hijos. El 15M, aunque no queda claro aún si es revolución o protesta, no ha sido distinto. Los más moderados han sido los primeros en caer. Más tarde o más temprano, con o sin escarnio público, han ido abandonando poco a poco un movimiento que no aguantaba por más tiempo su tibieza.

El Terror, en esta ocasión, no sabe de guillotinas. Utiliza un arma más sutil, pero con consecuencias globales: internet y, especialmente, Twitter. Las protestas contra la radicalidad que tomaba el movimiento, las que reclamaban un retorno a los primeros principios del 15M, han sido ahogados en un mar de tweets contra los que poco se podía hacer salvo preparar la retirada. Los hijos de Saturno han abandonado el campo de batalla.

Ahora simplemente esperan el ocaso de Sol y una nueva oportunidad que les permita volver a reclamar, de manera moderada, sus reformas.

En algún momento entre el jueves 19 y el domingo 22, el 15M se convirtió en Saturno. El momento exacto es difícil de establecer, si bien los más moderados comenzaron a abandonarles en la noche del sábado. Quizás ese sea el mejor indicador de la transformación, de la deriva hacia el radicalismo.

Sol, y algunos movimientos similares en otras grandes ciudades españolas, sufrieron un cambio notable durante el pasado fin de semana. Sin embargo, hubo otros que no cambiaron: los satélites de Saturno. Las pequeñas ciudades, aquellas que se sumaron al 15M de manera tardía, fueron tomadas desde el primer momento por grupos radicales organizados. Incluso, en algunos casos, estos se trasladaban de unas ciudades a otras para tomar el mando de la protesta en distintos puntos.

Los moderados perdieron así muchas capitales de provincia, y con ello, fuerza en Madrid. Las noticias que llegaban a Sol desde sus satélites daban alas a los más extremistas: la protesta que se extendía por la mayor parte de las pequeñas y medianas capitales de provincia era claramente radical. A esto hay que añadir otro elemento perjudicial para los moderados: la población de esas ciudades comenzó a percibir el 15M como un movimiento antisistema y, por tanto, peligroso.

El futuro: la noche no es infinita

La Historia, como buena maestra, nos enseña que muy pocos movimientos de protesta triunfan en su primer intento ¿Por qué el Sol debería ser distinto? Se han cometido errores, pero también es cierto que, incluso con una trayectoria impecable, el triunfo no estaba asegurado. El espíritu del 15M ha de tener continuidad, ha aprender de la experiencia y plantearse nuevos retos.

Los movimientos por un cambio volverán, ya sea con el nombre #democraciarealya o #conotronombredistinto. Deberán ser respetuosos con el programa de mínimos, deberan contar con los partidos, deberan mostrar moderación… y si no lo hacen y fracasan, vendrán otros. Una de las afirmaciones con más fundamento que se han hecho estos días en Sol es que este movimiento era imparable. Es así porque el camino está abierto, porque nos han mostrado a todos un nuevo canal de comunicación y de protesta: las redes sociales.

El 15M se equivocó en su deriva radical, pero acertó en las reclamaciones primigenias y en la forma de organización. Ese es su legado.

Además, con independencia de lo que suceda en España, queda claro que, a nivel mundial, ha nacido una nueva generación de movimientos sociales. El siglo XXI ha liquidado, a comienzos de su segunda década, los movimientos asociativos heredados de los setenta. Estos, absorbidos por la comodidad del propio sistema, han dejado paso a nuevos cauces para la participación de la ciudadanía.

Los movimientos sociales del siglo XXI, basados en el uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías, están llamados a protagonizar el futuro. Veremos como, a lo largo de los próximos años, y con las reclamaciones más dispares, se multiplican las protestas organizadas a través de estos nuevos canales.

La red social no aisla a las personas, sino todo lo contrario. Soy de los que opinan que no son más que una prolongación de la vida real en internet. No obstante, los movimientos de esta primavera demuestran que, en ocasiones, es la vida real la que se convierte en prolongación de la red social.