De la asociación al sindicalismo


Poco a poco, los obreros se dieron cuenta de la necesidad de crear una organización propia formada exclusivamente por trabajadores. Por primera vez se iniciaron agrupaciones estables de trabajadores, no movilizaciones esporádicas más o menos masivas o violentas. Estas se dotaron de medios para una lucha permanente en defensa de sus derechos.

Ya no era una lucha del pobre contra el rico, sino el enfrentamiento de dos concepciones económico-sociales, la de los trabajadores contra la de los propietarios.

El primer tipo de organización obrera fue la Sociedad de Socorros Mutuos, a menudo clandestina. Actuaban como sociedades de resistencia y, a veces, provenían de antiguas formas de protección de los artesanos por oficios. Ayudaban al trabajador en caso de enfermedad o de paro y organizaron las primeras huelgas gracias al cobro de cuotas que permitían crear cajas de resistencia.

Fue en Inglaterra, a partir de la derogación de las leyes antiasociativas (1825), cuando el sindicalismo dio un gran paso adelante. Los obreros se agruparon en organizaciones por oficios, que se fueron transformando en Trade Unions (uniones de oficios). La más importante de estas fue el Gran Sindicato General de Hiladores (1829), dirigido por John Doherty, que abrió el camino a la proliferación de numerosos sindicatos.

Para adherirse era necesario pagar una cotización elevada, lo cual reducía el acceso a una minoría de trabajadores altamente cualificados.

En 1834, bajo la dirección de Robert Owen, se produjo la unión de los diversos sindicatos de oficios, que formaron la Great at Trade Union, que rápidamente llegó a tener más de medio millón de afiliados.

En Francia, la expansión del sindicalismo se inició en la década de 1830, sobre todo a raíz de las grandes huelgas de París y Lyon, que culminaron en 1843 con la fundación de la Unión Obrera. Mientras que en España, el primer sindicato, la Asociación de Tejedores de Barcelona, nació en 1840.