La Europa de la Restauración y los congresos


Con la derrota napoleónica de 1815 se firmó el Primer Tratado de París.

En ese momento se buscaba, no una paz que oprimiese a los vencidos con múltiples cláusulas y sanciones, sino otra que mostrase la buena voluntad de los vencedores. Además, ante la necesidad de reestructurar el mapa territorial e ideológico europeo, se anunció la convocatoria de un congreso.

El Congreso de Viena

Bajo la dirección del ministro austríaco Metternich, se reunieron en Viena los representantes, diplomáticos, ministros e, incluso, monarcas de los estados vencedores.

En un principio se estableció que, a pesar de la presencia de varios reinos, las decisiones solo podían ser tomadas por los países de la Cuádruple Alianza (Austria, Inglaterra, Prusia y Rusia).

Sin embargo, con una hábil jugada política, Talleyrand consiguió incluir a España, Francia, Portugal y Suecia. Además, con el fin de evitar las sesiones plenarias, se crearon diez comités independientes, cuyas decisiones tenían que ser aprobadas por la asamblea general.

La reorganización territorial de Europa

El centro de las discusiones entre las grandes potencias fue el problema territorial, centrado en las cuestión polaca y sajona. Los rusos defendían que el primer territorio se incorporase a sus dominios, mientras que el segundo se incorporaría a Prusia; sin embargo, Austria e Inglaterra mostraron su disconformidad.

Ante la falta de acuerdo las relaciones entre los vencedores se deterioraron notablemente, e incluso llegó a estar cerca el estallido de una nueva guerra. No obstante, el pacto de apoyo mutuo entre Francia, Austria e Inglaterra, al que más tarde se unieron Baviera, Hannover y los Países Bajos, logró que Prusia y Rusia dieran marcha atrás y aceptaran una solución intermedia.

Así, el 9 junio 1815 se firmaban los 121 artículos del acta final, cuyas principales conclusiones eran las siguientes:
  • Reparto de Polonia entre Prusia, Rusia y Austria.
  • Reorganización de los Estados alemanes; se decidió no restaurar el Imperio, sino formar una nueva Confederación Germánica, compuesta por 34 príncipes y 4 ciudades libres, dirigida por una Dieta presidida por Austria. Además Sajonia fue restablecida, aunque tuvo que ceder buena parte de sus territorios a Prusia. Suecia perdió sus territorios alemanes, es decir, Pomerania, que pasó también a Prusia.
  • Reorganización de los Estados italianos; el reino lombardo-veneciano se incorporó a Austria, mientras que los Habsburgo lograban colocar a miembros de su familia en Toscana, Parma y Módena. Al reino de Cerdeña, formado antes de la guerra por la propia isla, Piamonte, Saboya y Niza, se sumó Liguria. Por su parte, Nápoles era recuperada por los Borbones, que también situaban a otro miembro de la familia en Lucca.
  • Norte de Europa; Suecia, perdió Finlandia a favor de Rusia y Pomerania, que fue anexionada por Prusia. Sin embargo, se hizo con Noruega en detrimento de Dinamarca, que recibió algunos territorios alemanes a modo de compensación.
  • Reconocimiento internacional de la neutralidad de Suiza, cuyas fronteras quedaron delimitadas.

La Cuádruple Alianza y las revoluciones de 1820

Tras las guerras napoleónica, los monarcas y emperadores vencedores se plantearon la posibilidad de formar un organismo de carácter supranacional que permitiera organizar el orden internacional mediante un sistema de conferencias. Con este objetivo nació la Cuádruple Alianza, que fijó el sistema de conferencias y el de las grandes potencias, que se mantuvo hasta la Gran Guerra.

La divergencia de criterios dentro de la Alianza favoreció la propagación de las revoluciones de 1820. Estas se desarrollaron principalmente en los países mediterráneos, aunque también surgieron tentativas en Francia, Austria, Rusia e Iberoamérica.

Como ya se indicó más arriba, la reacción de la Alianza fue lenta, y estuvo cargada de complicaciones. No obstante, para las intervenciones en Italia y en los Balcanes no fue difícil llegar a un consenso.

Los problemas surgieron con el caso ibérico, ya que Inglaterra, a causa de la independencia de las colonias españolas, se mostraba favorable a la nueva situación del antiguo Imperio hispánico, que le beneficiaba desde el punto de vista comercial. Finalmente, los franceses actuaron en España con dos condiciones: no intervenir en Portugal y no ayudar a España a recuperar sus colonias.

A partir de 1823 la Alianza perdió fuerza, ya que cada potencia velaba más por sus intereses que por los de la coalición. Así, dos años después, se celebró la última conferencia de este organismo.

La revolución francesa de 1830

La monarquía francesa de Carlos X había significado, con respeto a la de su antecesor –Luis XVIII-, una regresión.

De esta forma, pronto se produjo el choque entre la asamblea y el primer ministro, el reaccionario Polignac. En esta situación, el monarca, en un acto propio del absolutismo, suspendió la libertad de prensa, disolvió la cámara, y reformó la ley electoral.

A estos hechos siguieron las protestas de los periodistas, estudiantes, obreros, y algunos diputados, que protagonizaron tres jornadas de barricadas en julio de 1830. Esta revuelta fue tomando, poco a poco, un carácter revolucionario y republicano, que lleno de intranquilidad a los monárquicos.

Así, con el fin de salvar la institución monárquica, en agosto, mediante una hábil maniobra de Thiers, Luis Felipe de Orleans fue proclamado rey. Su entronización del de Orleans supuso la aceptación de los postulados del liberalismo y de la soberanía nacional.

En consecuencia, se reformó la Carta Otorgada para darle un sentido liberal, se suprimió la censura de la prensa, y se amplió la base electoral.

Durante dos años Francia mantuvo una orientación revolucionaria, de apoyo a otros procesos similares en otros países, y de medidas radicales en el interior. Sin embargo, a partir de 1832, el reinado de Luis Felipe tomó un rumbo más conservador, distanciándose así el régimen de la revolución.

Los orígenes de la nación alemana


A lo largo de la Edad Moderna, nos encontramos con un mundo alemán fragmentado en un sinfín de principados y pequeños Estados, a los que hay que sumar la presencia de las grandes potencias en determinados territorios del ámbito germano.

Sin embargo, tras las guerras napoleónicas surgió un nacionalismo forjado en la lucha contra el enemigo francés, que terminó de modelarse al entrar en contacto con las corrientes culturales del romanticismo.

El romanticismo alemán

Las corrientes romanticistas, con un predominante carácter idealista, pregonaban el establecimiento de una sociedad basada en la idea de justicia, que, encarnado en la supuesta superioridad moral de los alemanes, se convirtió en el gran motor de la unidad germana.

En plena guerra contra el Imperio francés, Fichte escribió en Berlín su obra Discurso a la nación alemana, que recoge los postulados de la doctrina nacionalista germana.

En este texto resaltó la importancia histórica de la identidad alemana, plasmada en una lengua y una cultura propia, reclamando para ella un Estado independiente.

Posteriormente surgieron otros inspiradores del movimiento intelectual en los más diversos campos de la cultura, entre los que destacaron Ranke y Hegel; sin embargo, en un principio, este sentir fue algo muy minoritario, que tardó un tiempo en llegar a las capas populares.

La revolución de 1848 en Alemania

El contagio de los sucesos revolucionarios franceses y del levantamiento de Viena llegó a los territorios alemanes en marzo de 1848. En un primer momento se trató de una revuelta rural que reclamaba la supresión de las cargas señoriales y exigiendo algunas reformas de índole similar, pero finalmente toda esa agitación se trasladó a las ciudades.

En el medio urbano las protestas fueron de menor magnitud, destacando las que se produjeron en las regiones del sur -especialmente Baviera- Kandern y Alsacia. Entre sus reivindicaciones hay que resaltar: la libertad de presa y asociación, la creación de una guardia nacional, y la formación de asambleas representativas.

Otro suceso destacable de esta revolución de 1848 en Alemania fue la reunión de Heidelberg (5 de marzo), a la que asistieron representantes liberales de los distintos Estados alemanes de sur.

Estos se mostraron favorables a la construcción de un Estado federal de Alemania, y acordaron reunirse otra vez, en forma de Parlamento Previo representante de todos los alemanes, a finales del mismo mes en Frankfurt.

Fue justamente en esa misma ciudad donde a mediados del mes de mayo se constituyó la Asamblea Nacional Constituyente, cuyo presidente, Heinrich von Gagern, procedió a formar un gobierno provisional.

Los trabajos de la Asamblea de Frankfurt

Dentro de la Asamblea germana de reciente creación encontramos dos bloques bien diferenciados. La inmensa mayoría era partidaria de respetar los derechos de las monarquías reinantes, mientras que una minoría planteaba la creación de un Estado federal a imagen del de los EE.UU.

El principal problema de los representante reunidos en Frankfurt fue la debilidad del organismo que habían constituido: la Asamblea carecía de verdadera fuerza para imponer lo acordado, siendo imprescindible para ella buscar el apoyo de los diversos Estados.

No obstante, su labor legislativa y organizativa fue muy importante, destacando la Constitución Imperial alemana (27 de marzo de 1849), que recogía los derechos fundamentales del pueblo alemán, la existencia de un emperador que compartía el gobierno con el Reichstag o Parlamento, y el carácter bicameral del Reichtag, con una cámara elegida por sufragio universal y otra territorial.

Poco a poco se fueron configurando dos grandes corrientes dentro de la Asamblea. Por un lado, los liberales y protestantes, que defendía una “Pequeña Alemania”: una federación bajo el control de Prusia. Por otro, los católicos y demócratas, que abogaban por la “Gran Alemania”; incluyendo también todos los territorios de los Habsburgo.

Finalmente triunfo el movimiento de la “Pequeña Alemania”: la Asamblea de Frankfurt ofreció la corona imperial a Federico Guillermo IV de Prusia.

Sin embargo, la negativa de este y el triunfo de los sectores más radicales desembocó en un nuevo estallido revolucionario, que fue duramente reprimido por los distintos monarcas germanos