Las victorias del Eje en el frente occidental


La Segunda Guerra Mundial ha sido, hasta la fecha, el mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad, tanto en términos de vidas humanas como en destrucción material. Una vez en el poder, Adolf Hitler tomó el camino hacia la guerra que, tras estallar en 1939, no tocaría a su fin hasta 1945. Una vez terminada, los vencedores se reunieron en diversas conferencias para preparar la paz y el nuevo orden mundial.

En este vídeo se explican las primeras victorias de la Alemania nazi, mientras que en las restantes clases se aborda la introducción al periodo, el camino hacia la guerra (parte primera y parte segunda), la Conferencia de Múnich, la cuestión polaca y el Pacto Germano-Soviético, la política expansionista de Japón, los bandos de la guerra, el inicio del conflicto, la resistencia británica y el frente mediterráneo, la Operación Barbarroja, la guerra en el Pacífico, el fracaso alemán en la URSS y en el norte de África, la ofensiva aliada en Europael final de la guerra en Europala rendición de Japón, los tratados de paz y la Organización de las Naciones Unidas, las consecuencias del conflicto bélico.

 

Francia ante el fracaso de la CED


El 9 de mayo de 1950 Robert Schuman, ministro de exteriores galo, lanzaba a los Estados europeos una ambiciosa propuesta: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Un año después seis países –Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo- firmaban este tratado en París, y elegían a otro francés, Jean Monnet, como Alta Autoridad de este organismo. La andadura europea comenzaba, y lo hacía con el impulso de una gran nación: Francia.

Todo esto hubiera sido imposible sin el apoyo de los demás integrantes, pero el protagonismo francés parece claro.

Es más, incluso si nos remontamos a la prehistoria de las Comunidades Europea tenemos que destacar a otro político de ese país, Aristide Briand, como impulsor del proyecto. Europa siempre –incluso actualmente- ha estado mirando a Francia, y su construcción como proceso integrador ha dependido bastante de la actitud de aquel país. Por esa razón, en estos más de cincuenta años, los franceses han tenido tanto la fuerza de dar grandes impulsos a Europa, como la capacidad de frenarla introduciendo en su seno procesos de crisis.

Una de las características más curiosas de los sucesivos rechazos del Estado francés a las directrices marcadas por Europa es que cada vez lo ha hecho de un modo distinto. Hemos visto como lo vetaban en la Asamblea Nacional –Comunidad Europea de Defensa (1954)-, como sus representantes abandonaban los organismos comunitarios –crisis de la “silla vacía” (1966)-, y como el pueblo soberano expresaba su oposición mediante el mecanismo del referéndum –Constitución Europea (2005)-.

La otra característica a tener en cuenta es que, salvo en la crisis de 1966, el gobierno francés, favorable a la profundización en la integración, se encontró con la oposición institucional o popular. Resulta frecuente en todo este periplo histórico encontrarse con una Francia dividida; con un poder ejecutivo que no es respaldado en el momento adecuado por los diputados o el electorado. Las consecuencias de los sucesivos rechazos franceses a los proyectos europeos también han sido de los más dispares:

  • En 1954 perdieron la iniciativa en la construcción comunitaria.
  • En 1966 el general De Gaulle logró reducir las exigencias de la Comisión, retrasando así la aparición del Estado Federal Europeo.
  • En 2005 dejaron a toda la Unión paralizada y a la espera del resultado de las elecciones presidenciales de 2007.
En fin, el peso de Francia en la Unión Europea es, aunque muchos quieran negarlo, enorme.

El primer portazo que Francia dio al proceso de integración fue su rechazo a la Comunidad Europea de Defensa (CED) en 1954. Robert Schuman y Jean Monet, ingenieros de la CECA, presentaron a las naciones europeas un nuevo proyecto que buscaba complementar al primer triunfo comunitario. El objetivo era crear un sistema de defensa común, cuestión que no solo respaldaban los seis gobiernos integrantes, sino también los EE.UU.

Los franceses, pues, lanzaron un nuevo reto a Europa, y esta lo aceptó. Sin embargo, fue la propia Francia la que impidió que la Comunidad de Defensa se hiciera realidad. La, en apariencia, alianza imposible entre guallistas y comunistas, facilitó que la Asamblea Nacional se mostrara contraria al nuevo proyecto europeo.

Con la crisis de 1954 Francia perdió la iniciativa en el proceso de construcción europeo.

Desde ese momento fueron otros los encargados de sacar a Europa del atolladero con un nuevo proyecto comunitario. La Conferencia de Messina (1956) y los posteriores Tratados de Roma (1957) no tuvieron a los franceses como protagonistas. Fue principalmente el genio de Paul Henri Spaak el que sustituyó a Schuman y Monet en esa labor de ingeniería.

Francia ya no era la locomotora ideológica y simbólica de Europa; París dejaba de ser su capital en beneficio de Bruselas. El rechazo de la Asamblea Nacional a la Comunidad de Defensa marcó el inicio de una nueva etapa para el proceso de integración; un periodo en el que, sin dejar de ser importante, Francia abandonaba su posición de predominio.

El fenómeno de la descolonización

Artículo publicado por Historia en Presente el 8 de agosto de 2008.


En los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial se desarrollo el proceso que conocemos como descolonización.

En un corto periodo de tiempo, las potencias que a finales del siglo XIX protagonizaron la era del imperialismo perdieron sus antiguas colonias. Se trató, pues, de un fenómeno rápido iniciado en el sudeste asiático, de donde pasó al mundo árabe y, de allí, al África negra. Cabe destacar que, entre la formación de esos imperios y su disolución, tal como indica el manual de Historia del Mundo Actual de la Universidad de Valladolid, apenas transcurrieron cinco décadas.

Distinguimos tres factores predominantes en el desarrollo de este proceso. En primer lugar estaría el auge de los movimientos nacionalistas, favorecido desde el final de la Gran Guerra (1914-1918) por los postulados de políticos como el presidente norteamericano W. Wilson o el revolucionario ruso Lenin. Las dos guerras mundiales y sus consecuencias permitieron el desarrollo de la mentalidad emancipadora de las colonias, que empezaron a buscar desde la década de los años veinte raíces históricas y elementos étnico-religiosos que justificaran su postura y aglutinaran al conjunto de la población en torno a un ideal nacional.

En segundo término, hemos de destacar como factor importante la pérdida de la hegemonía mundial por parte de Europa.

Ese predominio del Viejo Continente había permitido la expansión imperialista de finales del XIX; sin embargo, el hundimiento económico e ideológico de los europeos tras la II Guerra Mundial (1939-1945), así como el apoyo de las nuevas superpotencias –los EE.UU. y la URSS- a los movimientos emancipadores, contribuyeron al fin de los antiguos imperios.

A este respecto, es recomendable la lectura de Geografía política en un mundo dividido del profesor Cohen. Por último, hemos de destacar el carácter internacional que tomo el proceso descolonizador, tanto en el apoyo de la ONU a la práctica del Derecho de Autodeterminación de los pueblos como en las presiones ejercidas por los países No Alineados a partir de la Conferencia de Bandung (1955).

La descolonización de Asia

Como comentamos en el epígrafe anterior, uno de los rasgos fundamentales de la descolonización asiática fue su carácter pionero. Podemos rastrear el origen de los nacionalismos orientales desde los años inmediatamente posteriores a la Gran Guerra (1914-1918), e incluso antes si consideramos como manifestación de esto las reivindicaciones a favor de la expulsión de los extranjeros.

Detrás de todo esto hemos de ver esa clásica preocupación de toda cultura por salvar del peligro exterior una supuesta identidad nacional. Esto no impidió que, especialmente en el caso del Asia suroriental, estos movimientos aparecieran en ocasiones de la mano de las tendencias socialistas revolucionarias.

En el caso concreto de China hemos de señalar que, ya desde mediados del siglo XIX, existía un rechazo total a los extranjeros y su influencia. Los sucesivos gobiernos chinos, especialmente tras la llamada guerra del opio, fueron obligados por las potencias occidentales –Gran Bretaña, Francia, EE.UU., Rusia…- a abrir sus fronteras al comercio exterior.

Sin embargo, a diferencia de otros territorios asiáticos, esta penetración económica nunca llegó al estatus de control territorial. Quizás el momento más humillante de este proceso fue la derrota ante Japón y la posterior intromisión de los vecinos insulares en la política china. Sin duda, esto pesó notablemente en la revuelta de los boxers, de marcado carácter antiextranjero. Sólo la decidida intervención de las naciones imperialistas logró salvar sus intereses comerciales en el país durante e cambio de siglo.

En los primeros años del siglo XX China vivió entre los intentos modernizadores y la sucesión de enfrentamientos internos. El inmovilismo mostrado por la dinastía Manchú llevó a su sustitución por el movimiento republicano de Sun Yat Sen, que en pocos años cedió ante el poder del amplio movimiento del Kuomintang. Sin embargo, la diversidad existente dentro de este grupo –nacionalistas, demócratas y comunistas- acabó por sumir al gigante asiático en el caos. Los “señores de la guerra” asolaron el país con sus huestes militares, mientras por Manchuria comenzó a penetrar el ejército japonés en el año 1931.

Esta situación se prolongó hasta el final de la II Guerra Mundial (1939-1945), tras la que comenzó el conflicto civil entre los comunistas de Mao Tse-Tung y los nacionalistas de Chang Kai-Shek. La victoria de los primeros condujo a la aparición de dos naciones: la China continental o comunista, y Taiwán o China nacionalista. Tanto el proceso de secesión chino como sus consecuencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XX lo encontramos más desarrollado en el citado manual de la Universidad de Valladolid.

De la India hemos de destacar, en primer lugar, el importante papel que jugaba, tanto en el ámbito comercial como de prestigio, dentro del Imperio Británico. Además de su peso demográfico, era fuente de materias primas y mercado para las manufacturas de la metrópoli. Los primeros movimientos independentistas fueron protagonizados por dos estructuras políticas bien definidas: el partido del Congreso hindú y Liga Musulmana. Existía un claro antagonismo religioso entre ambas, pero supieron dejar de lado esas diferencias para enfrentarse al enemigo común.

Estos grupos, cuyos líderes más representativos fueron Gandhi y Nehru, recibieron fundamentalmente el apoyo de las clases medias urbanas.

Distinguimos tres fases en el proceso de emancipación de la India:

  • Las protestas surgidas en las primeras décadas del siglo XX.
  • Las presiones ejercidas sobre la metrópoli durante la II Guerra Mundial.
  • La consecución de la independencia entre 1945 y 1947.

Tras librarse del yugo británico los habitantes de la antigua colonia se sumergieron en una sucesión de conflictos de carácter étnico religioso. La división del territorio en India y Pakistán, de donde posteriormente se desgajó Bangladesh, así como la rivalidad por el control de Cachemira, son buena muestra de ello. En la actualidad la India vive bajo un estado constitucional y democrática, mientras que Pakistán es una dictadura militar. Indochina, antiguo territorio colonial francés, vivió los años de la II Guerra Mundial (1939-1945) bajo la ocupación japonesa. Al término de esta el retorno al redil de la antigua metrópoli resultaba casi imposible.

En 1945 Ho Chi Minh proclamó la República de Vietnam, mientras Francia, dando por descontado su incapacidad para mantener el territorio, intentó unificar Indochina bajo otro hombre Bao-Dai.

Ho Chi Minh, que previamente habían tildado de imperialista la opción francesa de gobierno en la zona, lograron alcanzar en los acuerdos de Ginebra el reconocimiento de dos estados vietnamitas divididos por el paralelo 17. El norte quedó bajo su dirección. No obstante, la posterior invasión del sur por parte del Vietcong llevó a los norteamericanos a enviar miles de soldados al país.

Finalmente, los EE.UU. alcanzaron un acuerdo con los comunistas en 1968 que les permitió retirar las tropas de manera honrosa. Más tarde Vietnam del norte no respetó lo pactado, convirtiéndose además en la rampa de lanzamiento para el triunfo del comunismo en Camboya.

La descolonización del mundo árabe

La descolonización en el mundo árabe estuvo dominada por dos tendencias: el panislamismo, proyecto político que busca aunar a todos los fieles del Islam en una misma comunidad estatal (Umma); y el panarabismo, con idénticos objetivos pero limitándose a la población de etnia árabe, sean o no musulmanes.

Hemos de buscar las primeras manifestaciones de estos fenómenos en los años de la Gran Guerra (1914-1918), momento en el que tanto británicos como franceses buscaron reavivar el nacionalismo árabe con el fin de debilitar al enemigo turco.

Con la desaparición del Imperio Otomano, la Sociedad de Naciones resolvió que la mejor solución para la región era establecer protectorados que, con el tiempo, dieran lugar a nuevos estados. Esta situación provocó una enorme frustración dentro del mundo islámico, que aprovechó la debilidad europea al finalizar la II Guerra Mundial (1939.1945) para iniciar el proceso emancipador. Este estuvo marcado por la proliferación del fenómeno de revoluciones populares –Nasser en Egipto, el Ayyatolah Jomeini en Irán, y el partido del Baaz en Iraq-; y por el conflicto árabe-israelí, que ha generado desde entonces hasta hoy cinco conflictos bélicos y una enorme inestabilidad en la zona.

En el marco de la descolonización islámica, aunque fuera del marco árabe, nos encontramos con el caso de Argelia, Túnez y Marruecos. Los dos últimos alcanzaron su independencia en 1956, si bien la cuestión del Sahara Occidental no parece del todo solucionada a pesar de la evacuación española de 1975. El caso argelino es más complejo. Tras la Gran Guerra (1914-1918) fueron surgiendo, tímidamente, los primeros movimientos nacionalistas.

Sin embargo, no consiguieron ninguna cesión por parte de Francia hasta después de la II Guerra Mundial (1939-1945): en 1947 París reconocía un estatuto especia para Argelia. Más tarde, la derrota francesa en Indochina y las presiones internas y del exterior acerca de la cuestión norteafricana, obligaron al gobierno De Gaulle a ceder. En 1962 se convocó un referéndum en el que los partidarios de la emancipación alcanzaron sus objetivos. De manera rápida, pero controlada, el personal francés comenzó a abandonar su antigua colonia.

El África negra

La independencia de las colonias inglesas en el África negra se inició en 1957 con la constitución de Ghana como estado. En la década de los sesenta su ejemplo fue seguido por otras colonias británicas como Sierra Leona, Uganda, Tanzania, Zambia, Malawi, Nigeria y Kenya.

En el caso de estas dos últimas hemos de señalar la situación de constante inestabilidad que vivieron a lo largo de sus primeros años de existencia. También la República Sudafricana alcanzó la independencia con respecto a Gran Bretaña; si bien en su caso la situación de “apartheid” –mantenida hasta la llegada al poder de Nelson Madela- ensombreció un tanto el proceso. La emancipación de las colonias francesas se llevó a cabo sin violencia gracias a la política de repliegue llevada a cabo por De Gaulle a partir de 1958. Ejemplos claros de esto fueron Camerún, Togo, Malí y Madagascar. Otras colonias africanas que se independizaron en esa época fueron el Congo belga, que pasó a denominarse Zaire; y las colonias portuguesas de Guinea Bassau, Angola y Mozambique. Dos rasgos fundamentales caracterizan la descolonización del África negra.

El primero de ellos se refiere a lo protagonistas de estos procesos, una minoría intelectual que supo formar y extender el conjunto de los movimientos nacionalistas del continente. Dentro de ese grupo encontramos a los panafricanistas Du Bois y B. Diagnes, al súbdito francés Leopold Sénar, y a los organizadores de los sucesivos congresos proemancipadores. La segunda característica se refiere a las dificultades de la aventura independentista; tanto en aspectos concernientes al desarrollo cultural y material, como a la ausencia de identidades nacionales y estructuras estatales. Además, dentro de este último aspecto, hemos de destacar la excesiva dependencia de África con respecto a Occidente y el peso que el socialismo tuvo en algunos países del continente a lo largo de la Guerra Fría.

El Tercer Mundo y el problema del desarrollo

El concepto de Tercer Mundo surgió en la Conferencia de Bandung (1955) con el fin de identificar a los países No Alineados; se entendía que el primer y segundo mundo eran los dos bloques enfrentados. Además, este término comparaba a estas naciones con el Tercer Estado de la revolución francesa, expuesto por Sieyes en su célebre discurso.

Los protagonistas del movimiento de no-alineación fueron la Yugoslavia de Tito, el Egipto de Nasser, la Indonesia de Sukarno, y la India de Nehru. De entre sus planteamientos destacaremos lo siguiente: la existencia real de estados ajenos a ambos bloques, el repudio de la guerra, y la condena del colonialismo.

En lo que se refiere al subdesarrollo, nos dejaremos llevar por Ives Lacoste, que resume así sus principales características: insuficiencia alimentaria, recursos naturales infrautilizados, gran número de agricultores y baja productividad, industrialización rígida e incompleta, parasitismo del sector terciario, situaciones de subordinación económica, violentas desigualdades sociales, estructuras tradicionales dislocadas por el colonialismo, amplitud del desempleo y trabajo infantil, escasa integración nacional, analfabetismo y escaso desarrollo médico-sanitario, y no asimilación del crecimiento demográfico.

A este respecto, también es recomendable la lectura de El nuevo orden mundial (y el viejo) de Noam Chomsky.

Problemas derivados de la descolonización

A continuación trataremos de explicar de forma breve las principales consecuencias negativas derivadas del proceso descolonizador. En primer lugar, destacan los sucesivos enfrentamientos bélicos y diplomáticos entre los grupos religiosos, a la sazón musulmanes e hindúes, de la antigua India británica: India, Pakistán y Bangladesh. También hemos de mencionar, en relación con otra antigua colonia de Gran Bretaña, el régimen del “apartheid” vigente en Sudáfrica hasta la década de 1990.

En el apartado de los conflictos ideológicos, nos encontramos con la expansión del comunismo –tanto de tipo soviético como maoísta- por el sudeste asiático. Países como Birmania, Camboya o Vietnam vivieron entre los años sesenta y ochenta en una situación bélica permanente, y a veces sometidos a regímenes políticos pseudototalitarios.

El ámbito religioso estaría marcado, además de por el ya citado conflicto indio, por el fundamentalismo islámico; predominante en Oriente Próximo y orientado a las actividades terroristas en las últimas décadas. El caso africano es el menos conocido de todos, pero seguramente el más alarmante. Desde los años sesenta se vienen desarrollando en los territorios de la África negra numerosos enfrentamientos entre las etnias de los distintos países o entre los propios estados. Problemas como los de Ruanda, Burundi o Somalia han alarmado a la opinión pública internacional desde la década de 1990.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Jutd– Madrid – Taurus – 2006.

[3] Historia del mundo actual; VVAA – Valladolid – Universidad – 2000.

Un repaso histórico a la Unión Europea

 Artículo publicado por Historia en Presente el 23 de julio de 2008.


Orígenes y bases del proyecto europeísta

En la presente exposición explicaremos de forma resumida el origen, desarrollo y presente de la integración europea. Tal como reflejan los epígrafes de este texto, trataremos de alcanzar ese objetivo siguiendo dos vías bien diferenciadas: por un lado abordaremos la cuestión relativa al proceso histórico –de la Declaración Schuman al Tratado de Lisboa-, donde incluimos tanto los acuerdos entre estados como las sucesivas incorporaciones de los veintisiete miembros; y por otro, el desarrollo institucional del mismo en sus aspectos intergubernamentales, supranacionales, judiciales, representativos, y de carácter económico.

Antes de comenzar con el anunciado repaso histórico, conviene recordar cuáles fueron, en sus inicios, las tres ideas fuerza del movimiento europeísta: la paz perpetua, el buen gobierno y el bienestar de los pueblos.

Estos ideales, que alcanzaron plena actualidad en los años posteriores a las dos guerras mundiales, hunden sus raíces en la tradición cultural continental de los siglos anteriores; en el pensamiento de personajes como Kant, Rousseau, Montesquieu, Comte, Voltaire, Goethe, Jovellanos… En ellos se basaron los europeístas de principios de siglo XX a la hora de fundar un movimiento que tardó varias décadas en producir sus primeros frutos.

Paneuropa, de Coudenhove-Kalergi, y los esfuerzos políticos de Aristide Briand fueron los primeros intentos de establecer una solidaridad europea. Sin embargo, la crisis económica de los años treinta y la Guerra Mundial que la siguió impidieron que los proyectos de estos “abuelos” de Europa llegaran a buen puerto. Europa tuvo que encontrarse a sí misma entre la miseria de la posguerra para darse cuenta de que la colaboración entre las naciones del Viejo Continente era beneficiosa para todas ellas.

La generación de posguerra y la integración europea

Los proyectos europeístas comenzaron a tener repercusiones prácticas tras la II Guerra Mundial. Las consecuencias del conflicto –destrucción de las infraestructuras, reducción de la actividad industrial, caída de la renta, escasez de alimentos, abatimiento moral…- favorecieron de manera considerable el afán de los europeos por colaborar entre ellos. Distinguimos cinco hitos en la prehistoria del proceso de integración europea:

1. El discurso de Churchill en Zürich sobre los “Estados Unidos de Europa”. El antiguo premier británico defendió durante esa alocución de 1946 la necesidad de construir un entidad que agrupase a las naciones europeas. Afirmaba que, sólo así, el Viejo Continente podría llevar a cabo una reconstrucción duradera, basada en la colaboración de los antiguos enemigos, Francia y Alemania. Además, veía en la unidad europea un instrumento eficaz para evitar la expansión del socialismo soviético. No obstante, Churchill no creía en la integración británica dentro de estos “Estados Unidos de Europa”; para el mundo anglosajón tenía otros planes: una mayor colaboración con el gigante norteamericano.

2. El Programa de Recuperación Económica de Europa o Plan Marshall (1947). Siguiendo la línea de pensamiento esbozada por Churchill en su famoso discurso de Fulton (Missouri), la administración Truman comenzó a desarrollar una intensa actividad con el fin de evitar la expansión del comunismo. En lo que se refiere a Europa, la medida más importante fue este plan de ayuda económica, que no sólo sacó a los europeos de la miseria, sino que les obligó a colaborar en la distribución de la ayuda. Cabe destacar en este ámbito el papel jugado por Jean Monet, que pocos años después se convirtió en uno de los padres de la unidad europea.

3. El congreso europeísta de La Haya (1948). Fue convocado por el Comité de Coordinación de movimientos europeístas, y en el se debatió fundamentalmente la cuestión de cómo se debía construir la Paneuropa esbozada por los europeístas del periodo de entreguerras.

4. La Conferencia de José Ortega y Gasset en la Universidad Libre de Berlín, donde animaba a Europa a levantarse de entre los escombros.

5. La Declaración Schuman del 9 de mayo de 1950, donde se invitaba a las naciones europeas a establecer un mercado único en relación al carbón y al acero. Este proyecto francés dio lugar un año después a la primera Comunidad Europea, la CECA.

Tal como indicábamos en el epígrafe anterior, a raíz del llamamiento del ministro de exteriores francés Robert Schuman, se constituyó el 18 de abril de 1951 la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).

El objetivo de esta era crear un mercado común limitado al carbón y al acero, aunque con vistas a futuras ampliaciones. En ella se integraron seis naciones: Francia, la República Federal Alemana, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Además, para su mejor funcionamiento, se doto a la nueva estructura supranacional de instituciones propias: Alta Autoridad, Consejo de Ministros, Asamblea Común y Tribunal de Justicia.

Más tarde, en 1954, Francia intentó poner en marcha la segunda de las Comunidades Europeas, la de Defensa (CED). Sin embargo, la oposición de la propia Asamblea Francesa dio al traste con el proyecto de colaboración en materia de seguridad.

El 25 de mayo de 1957 se firmaron en Roma los tratados por los cuales vieron la luz dos nuevas Comunidades Europeas: la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). Las principales consecuencias de ellas fueron: eliminación de barreras; fijación de una tarifa exterior común; libre circulación de mercancías; políticas comunes en agricultura, transporte, comercio y energía; homogeneización en los mecanismo de intervención económica; y colaboración en lo relativo a la cuestión atómica.

Sin embargo, unos años más tarde el proceso de integración se vio sacudido por otra nueva crisis; su protagonista era, una vez más, el nacionalismo francés. La llamada “crisis de la silla vacía” –la denominación hace referencia a la ausencia de la representación francesa- se solucionó con el Acuerdo de Luxemburgo (1966). A partir de ese momento la Comisión quedó sometida al Consejo, y las decisiones dejaron de tomarse por mayoría.

El Tratado del Acta Única Europea (AUE) fue firmado por los estados miembros en 1986, y tenía como fin perfeccionar el mercado único creado con los Tratados de Roma. Se trataba, en definitiva, de establecer medidas que evitaran los obstáculos a la libre circulación.

No obstante, el nuevo acuerdo también introdujo nuevas políticas en materia de medioambiente, investigación y desarrollo, y cohesión económica y social. Además, se ampliaron también las funciones del Parlamento Europeo. El Acta Única Europea fue negociada por diez países -los seis fundadores, los tres de la incorporación de 1973 (Reino Unido, Irlanda y Dinamarca), y Grecia, integrada en 1981- y firmada por estos más España y Portugal, que se incorporaron ese mismo año.

El siguiente paso en el proceso de construcción europeo fue el Tratado de la Unión Europea (1992), conocido también como Tratado de Maastricht. Este acuerdo sentó las bases de la moneda única, que no entró en circulación hasta 2001. Con este fin se impusieron los criterios de convergencia y se fundó el Banco Central Europeo. También se reconoció la ciudadanía europea –superpuesta y fundamentada en la del estado miembro-, cuyas principales ventajas son las siguientes:

  • Derecho de circulación y residencia en el territorio comunitario.
  • Derecho al sufragio en las elecciones europeas y municipales.
  • Derecho de petición ante el Parlamento Europeo.
  • Derecho a gozar de la representación diplomática de la Unión Europea.

En lo que se refiere a las reformas institucionales establecidas en Maastricht, cabe destacar las siguientes:

  • Ampliación de las competencias del Parlamento –investidura de la Comisión y poder de codecisión.
  • Aplicación de los supuestos para la aplicación de la mayoría en el Consejo de Ministros.
  • Creación de nuevas instituciones tales como el Comité de Regiones, el Defensor del Pueblo, y el Tribunal de Primera Instancia.
Por último, se procedió a reformar la cooperación en política exterior mediante la creación de una Política Exterior de Seguridad Común (PESC) y la Cooperación Judicial en Asuntos de Interior.

Tras la incorporación a la Unión Europea de Austria, Suecia y Finlandia en 1995, se firmaron dos tratados más, el de Ámsterdam (1997) y el de Niza (2000). Ambos ratificaron lo acordado en Maastrich, a lo que añadieron escasas medidas institucionales. No obstante, hay que destacar dos aspectos de ambos tratados: el protagonismo en ellos del reparto de poder entre los estados miembros, y la preparación de la próxima apertura de la Unión Europea a los países de la Europa central y oriental.

Este último fenómeno se produjo en dos etapas: en mayo de 2004 se integraron diez nuevos estados –Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Malta, Chipre, Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría-, y en enero de 2007 dos más –Bulgaria y Rumania-. Con estas últimas incorporaciones, a falta de lo que suceda con Croacia, Macedonia y Turquía, finaliza a día de hoy el proceso de ampliación territorial de la Unión Europea.

El que se refiere a los acuerdos y tratados se completaría con el malogrado Proceso de Laeken, también conocido como Tratado Constitucional Europeo, y el Tratado de Lisboa, firmado en 2007.

Las sucesivas ampliaciones de las Comunidades Europeas

A lo largo del epígrafe anterior, al tiempo que explicábamos el contenido y repercusiones de los tratados comunitarios, hemos procurado indicar también cómo se fue produciendo el proceso de ampliación de las Comunidades Europeas a nuevos países. No obstante, con el fin de aportar una visión más amplia en los relativo a ese punto, vamos a proceder a repasar, de forma clara y esquemática, el proceso de ampliación de la Unión desde 1951 hasta 2007.

Desde sus inicios, en 1951, la CECA contó con seis miembros: Francia, República Federal Alemana, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo.

A estos pretendió unirse el Reino Unido en la década de los sesenta. Sin embargo, el veto francés evitó durante varios años que los británicos se unieran al proceso de integración. Hubo que esperar a 1973 para que las Comunidades Europeas pasaran de los seis a los nueve miembros. Ese mismo año entraron a formar parte de las mismas el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca. Noruega, cuya solicitud también había sido aceptada, rechazó su integración a causa del rechazo que esta provocaba entre la población del país.

La Europa de los nuevo pasó a ser de los doce con la ampliación al sur. Esta se llevó a cabo en dos etapas: en 1981 se incorporó Grecia, y en 1986 lo hicieron España y Portugal. Sobre las integraciones de la década de los ochenta habría que destacar dos aspectos: su importancia de cara a la consolidación democrática en estos tres países –recién salidos de regímenes dictatoriales-, y la oposición de Francia a la entrada de España antes de la negociación del Acta Única Europea (1986) por cuestiones relacionadas con la Política Agraria Común.

El 3 de octubre de 1990, como consecuencia de la reunificación germana, se integraron en las Comunidades Europeas los territorios de la antigua República Democrática Alemana.

Sin embargo, no se incorporó ningún nuevo estado en esta ampliación; los länder orientales pasaron a formar parte del proyecto europeo dentro de un único estado alemán. Esta no sería la única consecuencia de la desintegración del mundo soviético. Sin embargo, antes de que se produjera la entrada en la Unión de los antiguos países de la Europa central y oriental, se llevó a cabo una nueva ampliación. En 1995, tras la llegada de Austria, Finlandia y Suecia al seno de la Unión, surgió la Europa de los quince.

En los primeros años del siglo XXI, tal como anunciábamos en el párrafo anterior, entraron a formar parte de la Unión Europea los antiguos países de la Europa central y oriental. La ampliación al este se produjo en dos etapas: en 2004 lo hicieron Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Malta, Chipre, Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría; y en 2007 Bulgaria y Rumania.

Esta ha sido la mayor ampliación de la historia europea y, en cierto modo, ha venido a saldar la deuda que la Europa occidental adquirió con sus hermanos orientales tras los sucesos de Yalta y Potsdam.

Bibliografía:

[1] La idea de Europa, 1920-1970, H. Brugman .

[2] La Unión Europea: guiones para su enseñanza, A. Calonge, (dir).

[3] Paneuropa. Dedicado a la juventud de Europa, R. Coudenhove-Kalergi.

[4] La idea de Europa: historia, cultura, política, P. García Picazo.

[5] Postguerra: una historia de Europa desde 1945, T. Judt.

[6] Robert Schuman. Padre de Europa (1886-1963), R. Lejeune.

[7] Historia de la integración europea, R. Martín de la Guardia y G. Pérez.

[8] La Unión Europea: procesos, actores y políticas, F. Morata.

[9] Meditación de Europa, J. Ortega y Gasset.

[10] Historia de la Unión Europea, R. Pérez Bustamante.