La planificación y ejecución de los atentados de Sarajevo


Puedes leer la primera parte de este texto en el siguiente enlace: Gavrilo Princip, los orígenes de un nacionalista.

1914. Después de vivir uno de los inviernos más suaves de las últimas décadas, Europa da la bienvenida a la primavera sin imaginar que esa será la última estación de paz durante cuatro largos años. En la taberna Zlatna Moruna de Belgrado, dos jóvenes mantienen una animada conversación. Uno de ellos es Mihajlo Pušara, un músico de veintiocho años miembro de la Joven Bosnia. Frente a él está Gavrilo Princip. Apenas llevan sentados unos pocos minutos cuando el artista le hace entrega de un sobre. Antes de abrirlo, el estudiante mira a su alrededor, como temiendo que alguien pueda estar vigilándolos. Una vez hecha esa comprobación, lo abre y saca del interior una carta de su amigo, y también miembro de la Joven Bosnia, Nedeljko Čabrinović. Gavrilo lee con prisa, en diagonal, incapaz de contener la curiosidad. Parece nervioso, como si en esa hoja contuviera noticias que llevara años esperando recibir. A continuación mete de nuevo su temblorosa mano en el sobre y extrae un recorte de prensa. La letra de imprenta confirma lo que ya le ha dicho la cuidada caligrafía de su amigo: el archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona imperial austrohúngara, visitará Sarajevo a comienzos de verano, más en concreto el día 28 de junio.

Una vez fuera de Zlatna Moruna, Gavrilo se despide afectuosamente de Pušara. Su compromiso con la libertad de Bosnia está fuera de toda duda, pero su disposición a arriesgar la vida en una acción terrorista es cosa distinta. Ha ejercido su función como mensajero, y eso es suficiente. En cambio, él puede correr ese riesgo. Enfermo de tuberculosis, sabe que no vivirán muchos años.

Ese mismo día, otro bosnio exiliado en Belgrado se une a la conspiración. Su nombre es Trifun Grabež, tiene dieciocho años y desde hace unos meses comparte con Gavrilo el alquiler de un inmueble cercano a la confluencia del Sava con el Danubio. También él es tuberculoso.

A partir de ese momento, los preparativos se llevan a cabo en dos escenarios distintos. Čabrinović comienza a reclutar voluntarios en Bosnia, mientras que Princip y Grabež buscan en Belgrado el apoyo necesario para llevar a cabo la acción. Con ese objetivo se entrevistan a principios de mayo con Milan Ciganović, miembro de la Mano Negra que, además, trabaja bajo las órdenes de Apis en el servicio de inteligencia del ejército serbio. Días después, Vojislav Tankosić, quien en otro tiempo había rechazado a Gavrilo en su cuartel de Prokuplje, recibe el informe de Ciganović y autoriza la operación. El 26 de mayo la Mano Negra asume como propia la conspiración de Princip, Grabež y Čabrinović. Este último se traslada inmediatamente a Belgrado, donde los tres inician un curso acelerado de prácticas de tiro a cargo de varios militares serbios miembros de la organización secreta.

Pero antes de abandonar su patria, Čabrinović deja afianzada la célula terrorista de Sarajevo. Al frente se sitúa Danilo Ilić, editor de un diario pro-serbio que, desde una pensión propiedad de su familia, dirige la facción bosnia de la Mano Negra. Este joven de 24 años, al que Gavrilo conoció mientras trabajaba como periodista en Belgrado, recluta a dos estudiantes de bachillerato, Vaso Čubrilović y Cvetko Popović. También involucra a casi una decena de personas más, que de un modo u otro terminan colaborando en el ejecución del atentado. De entre ellos cabe destacar al médico Mladen Stojaković, al escultor Jezdimir Dangić, al banquero Miško Jovanović, y al maestro de escuela Veljko Čubrilović, hermano mayor de Vaso. En el reclutamiento cuenta con la ayuda de un carpintero de origen musulmán: Muhamed Mehmedbašić. Este había participado meses antes en otra conspiración dirigida por Ilić, que tenía por objetivo asesinar al gobernador austrohúngaro Oskar Potiorek. El atentado contaba con el visto bueno de Apis, con quien ambos se reunieron en Francia en enero de 1914. Sin embargo, los preparativos fueron cancelados en mayo debido al carácter prioritario del plan para asesinar al archiduque Francisco Fernando.

Una vez terminado el entrenamiento de Princip y sus dos compañeros, Tankosić les facilita seis bombas y cuatro revólveres Browning cargados con siete balas cada uno. Pero el oficial serbio no termina de estar convencido del éxito de la operación, así que para evitar que se relacione a la Mano Negra y al gobierno de Serbia con el atentado, entrega a Princip, Grabež y Čabrinović unas cápsulas de cianuro. Las órdenes del militar son tajantes: con el fin de no involucrar al resto de los conspiradores, deben ingerirlas inmediatamente después de asesinar a Francisco Fernando. Una vez recibidas esas últimas instrucciones, los jóvenes inician su viaje de retorno a Bosnia el 28 de mayo.

La primera etapa del camino la realizan en barco, remontando el Sava desde Belgrado hasta Šabac, a pocos kilómetros de la frontera. En esa localidad, entran en contacto con un miembro de la Mano Negra, el capitán Radu Popoviću, al que Tankosić ha informado acerca de la operación. Él se encarga de facilitar todos los trámites con los funcionarios de aduanas y de subirlos al tren que ha de llevarlos hasta el Drina, río que separa el territorio serbio del bosnio. Sin embargo, Čabrinović está nervioso. En cuanto suben muestra sus dudas sobre la viabilidad del plan, y enseguida empieza una acalorada discusión con Princip. Considera que es muy arriesgado cruzar la frontera juntos, y más con el armamento encima. Sin embargo, sus otros dos compañeros no están dispuestos a variar lo más mínimo el plan trazado por Apis y Tankosić.

Al llegar a Koviljača, ya muy cerca de su destino, Čabrinović y Princip cruzan duros reproches. Están muy alterados, y Grabež, el único que mantiene la calma, teme que la escena llame la atención entre el resto del pasaje. El nerviosismo se ha apoderado de ellos, poniendo en riesgo los preparativos de los meses anteriores. Čabrinović está enfadado y se muestra dispuesto a abandonar el tren en esa parada. No parece que Princip vaya a hacer nada por impedirlo, pues tal como están las cosas lo considera un obstáculo para el plan. Solo la mediación de Grabež logra salvar la situación. Propone que Princip y él sigan en el tren hasta el Drina mientras Čabrinović cruza la frontera por su cuenta. Una vez al otro lado se reencontrarán en Tuzla y desde allí proseguirán su viaje hasta Sarajevo. Todos dan su aprobación al plan. Es así como, mientras Princip y Grabež continúan hasta Loznica llevando la mayoría del armamento, Čabrinović baja en Koviljača para seguir a pie por su cuenta.

Cuando el tren llega a la localidad fronteriza, ya es noche cerrada. En el anden les espera el capitán Prvanović. Inmediatamente se sorprende de encontrar sólo dos jóvenes en lugar de los tres que su colega Popoviću le ha anunciado. Princip y Grabež saben que su interlocutor no está al tanto de la operación. No es miembro de la Mano Negra, simplemente cumple órdenes de sus superiores sin sospechar la verdadera razón de su viaje a Bosnia. Así que deciden no dar muchos detalles sobre el incidente con Čabrinović. Tampoco Prvanović tiene intención de hacer ningún tipo de indagación. Es tarde y su único interés en ese momento es cumplir con la tarea que le han encomendado y retirarse a descansar. Se dirigen en silencio hacia el Dana Zečica, un prostíbulo que hace las veces de pensión. Allí los acomoda en un ático y, tras darles las señas de un campesino que puede ayudarles a cruzar el río, se marcha.

Al día siguiente, Princip y Grabež alargan su estancia en Loznica. No tienen prisa, pues su intención es aprovechar la oscuridad de la noche para atravesar el Drina. Con el fin de no llamar la atención, pasan la mañana en el ático del Dana Zečica, fingiendo que aún duermen. A mediodía, siguiendo las indicaciones del capitán Prvanović, localizan al hombre que les ayudará a pasar al otro lado. Durante varias horas caminan río arriba hasta situarse frente a una mejana que, según les informa el guía, es territorio bosnio. Los dos jóvenes deciden vadear el Drina por ese lugar, pues tanto la isla, como la poca profundidad del tramo, facilitan el paso. Se despiden de su acompañante y proceden a realizar la primera parte de la operación. En apenas unos minutos llegan a la mejana. Sin embargo, como aún no ha anochecido, esperan un tiempo escondidos antes de cruzar el resto del río.

Por fin la oscuridad hace acto de presencia, pero esas sombras que les sirven de escudo constituyen también una dificultad añadida. El camino de Princip y Grabež hasta la otra orilla es arduo debido a la escasa visibilidad, y no está exento de algún que otro sobresalto como consecuencia de las traicioneras corrientes. Una vez llegan al otro lado, se esconden rápidamente entre unos matorrales que crecen a la ribera del río. Descansan unos minutos en la espesura, conscientes de haber completado la parte más complicada del viaje. Aún así, los jóvenes bosnios saben que aún están en peligro. Al fin y al cabo, las tres pistolas y seis bombas que llevan entre sus pertenencias les delatarían como terroristas en cualquier control de la policía austríaca.

Cuando se disponen a pasar la noche en su escondite, descubren a poca distancia una tenue luz. Sintiendo curiosidad, los dos jóvenes levantan el campamento y se dirigen hacia ella. Apenas han caminado unos veinte pasos cuando creen vislumbrar los contornos de una cabaña. Por unos instantes les asaltan las dudas, e incluso Grabež sugiere que no es prudente acercarse más. Sin embargo, Princip sigue adelante, convencido de que no tienen nada que temer de los habitantes de esa casa. Se deja llevar por su intuición, pero también por la esperanza de poder dormir en una cama tras una dura tarde de marcha. Adelantándose a su compañero, llama a la puerta y, tras una espera que se les hace eterna, el único habitante de esa casa, un campesino mayor, les invita a pasar.

Gracias a la hospitalidad recibida, Princip y Grabež reanudan la marcha al amanecer casi totalmente repuestos. Antes de encontrarse con Čabrinović en Tuzla, tienen intención de visitar a Veljko Čubrilović, hermano de su amigo Vaso, que es maestro en Priboj. Con el fin de evitar los controles de la policía austríaca, deciden contratar los servicios de dos contrabandistas de la región de Srpska. Tras acordar el precio en cinco coronas, los llevan hasta su destino por caminos poco transitados.

Aunque, tanto Danilo Ilić como Vaso, mantienen a Čubrilović al tanto de los pormenores de la operación, este no espera la visita de Princip y Grabež. Al enterarse de que su intención es dirigirse a Tuzla, les da las señas de otro de los implicados en la trama: el banquero Miško Jovanović. Después de asearse y ponerse las nuevas ropas que les proporciona su amigo, visitan a Mitar Kerović, otro de los hombres reclutados por Ilić. Ambos pasan la noche en su casa y al día siguiente abandonan Priboj definitivamente para tomar el camino a Tuzla. Realizan ese viaje cómodamente en una carreta conducida por Neđa, el hijo de Kerović.

Mientras tanto, su compañero Nedeljko Čabrinović pasa noche en Koviljača tras bajarse del tren. La soledad incrementa su nerviosismo e incluso se plantea abandonar la operación y volver a Belgrado. Apenas logra pegar ojo, pero a la mañana siguiente se levanta algo más calmado. La luz del día le permite aclarar sus ideas y rápidamente toma una resolución: emprenderá el camino hacia la frontera, pero sin correr ningún riesgo. Pasará como cualquier otro ciudadano, ante la atenta mirada de los agentes de aduana. Eso supone dejar en Serbia una pistola Browning, lo único que lleva del armamento proporcionado por Tankosić. Desde entonces, el viaje de Čabrinović a Tuzla, el punto de encuentro en Bosnia, transcurre sin ningún incidente.

De nuevo juntos, se preparan para emprender el viaje a Sarajevo por separado. Pero antes deben encontrar a alguien capaz de transportar el armamento a la capital sin levantar sospechas. Princip considera que su anfitrión en Tuzla, el banquero Miško Jovanović, es la persona indicada. Se lo ha propuesto, sin éxito, antes de la llegada Čabrinović. Ahora que están todos juntos, la presión que ejercen es mayor. Jovanović se niega nuevamente, pero accede a guardar las armas en su casa a la espera de que otro conspirador cumpla esa misión. Finalmente será Danilo Ilić quien se trasladará a Tuzla el 14 de junio para recoger las bombas y los revólveres Browning. Su vuelta a Sarajevo se producirá ese mismo día, si bien, con el fin de no ser detectado por la policía, abandona el tren en el que viaja poco antes de llegar. Realiza esos pocos kilómetros primero a pie y después en tranvía. Una vez en la pensión familiar, pone el armamento en una maleta que oculta debajo del sofá.

Princip, Grabež y Čabrinović llegan a Sarajevo el 4 de junio. Cada uno de ellos ha realizado el viaje en un tren distinto, y permanecerán separados hasta la víspera del atentado. La única reunión que se produce en esos días tiene como protagonistas a Princip e Ilić, que discuten el mejor lugar para llevar a cabo la operación. Después Gavrilo visita a su familia en Hadžici, para retornar finalmente a la capital el 6 de junio. Desde entonces se hospeda en la pensión propiedad de la de los Ilić. También los días de Grabež y Čabrinović transcurren en compañía de sus familiares. El primero se traslada a Pale, mientras que el segundo regresa al hogar paterno de Sarajevo.

El encuentro entre todos los implicados tiene lugar el 27 de junio en un café de la capital bosnia. Algunos de ellos ni siquiera se conocen de antes, como es el caso de Princip y Mehmedbašić. Danilo Ilić, nexo de unión entre el grupo de Belgrado -Princip, Grabež y Čabrinović- y el de Sarajevo –Čubrilović, Popović y Mehmedbašić-, ejerce de anfitrión. Saca una maleta y procede al reparto de las armas. Cada uno contará con una bomba, mientras que sólo Princip, Čubrilović y Popović llevarán además revolver. A continuación les entrega las cápsulas de cianuro mientras insiste en la importancia de ingerirlas antes de ser capturados.

Esa misma noche vuelven a encontrarse en Semiž, una conocida taberna de la ciudad. Allí permanecen hasta altas horas de la madrugada bebiendo y cantando. Al terminar, Gavrilo se dirige a la tumba del primer mártir de la Joven Bosnia, Bogdan Žerajić. Ha bebido poco, y apenas ha participado en los cánticos patrios incoados por sus compañeros. Su rostro refleja una mezcla de tensión contenida y adrenalina desatada. Sabe que está ante una oportunidad única de herir a los austríacos en su mayor orgullo: la familia imperial. Quizás por esa razón, la preocupación y el miedo al fracaso conviven en su interior con la emoción del momento. Pero la espera se le hace eterna, y la noche interminable. Por última vez, Princip renueva su juramente frente a la lápida de Žerajić.

Son casi las diez de la mañana del 28 de junio cuando el archiduque y heredero de la corona imperial austríaca hace su aparición en la estación de ferrocarril de Sarajevo. Llega en un tren proveniente de Ilidža, localidad donde ha pernoctado con su esposa después de varios días supervisando maniobras militares. Francisco Fernando ha tratado de evitar por todos los medios la visita a la capital de Bosnia. No ignora que las posibilidades de sufrir un atentado son altas, más teniendo en cuenta lo inoportuno de la fecha: los serbios celebran esos días el aniversario de la batalla de Kosovo de 1389. La presencia de un miembro de la familia imperial es vista por ellos, y por muchos bosnios también, como una provocación. Sin embargo, el emperador Francisco José se ha mantenido firme en su decisión de enviarle a Sarajevo.

Tras ser recibido por el gobernador Potiorek, el archiduque pasa revista a las tropas allí formadas. Una vez cumplido el protocolo, la comitiva de siete vehículos emprende su marcha hacia el ayuntamiento de Sarajevo. En el tercero de ellos, un Gräf & Stift Double Phaeton descapotable de 1910, viaja Francisco Fernando. Junto a él van su esposa, Sofía Chotek, el gobernador de Bosnia, Oskar Potiorek, y el teniente coronel Franz von Harrach.

Dos horas antes, Gavrilo Princip y Danilo Ilić abandonan la pensión familiar de este último. Tienen suficiente margen de tiempo como para encontrarse con los otros cinco conspiradores y situarse en los puntos estratégicos del recogido. Incluso se permiten el lujo de enviar una tarjeta postal a Vladimir Gaćinović que, debido a un fallido atentado contra Oskar Potiorek, ha tenido que refugiarse en Francia a principios de año. Al terminar de escribir, Gavrilo se encuentra con dos compañeros de la Escuela de Comercio. A pesar de los nervios del momento y de llevar su parte de armamento encima, el joven bosnio consigue que no sospechen nada. Además, logra rechazar, de manera educada, su propuesta de dar un paseo juntos, pues llevaban casi dos años sin verse.

Mientras Francisco Fernando realiza el recorrido ferroviario entre Ilidža y Sarajevo, Danilo Ilić distribuye a los seis terroristas a lo largo del Embarcadero Appel, la avenida que sigue el curso del río Miljacka. Poco después de las nueve de la mañana, todo está listo para llevar a cabo el plan ideado por la Mano Negra. Los brazos ejecutores han logrado tomar posiciones sin llamar la atención y, lo que es más importante, sin que la policía revise si van armados. La comitiva ha de encontrarse primero con Mehmedbašić y Čubrilović, ambos situados antes del puente Ćumurija. En caso de que estos fallen en la tentativa, Čabrinović y Popović esperan al archiduque de camino al puente Latino. Entre este y el puente del Emperador, están los últimos terroristas, Grabež y Princip. Entre ellos y la pareja formada por Mehmedbašić y Čubrilović hay poco más de doscientos metros.

Son cerca de las diez y diez cuando los siete coches enfilan la avenida. Mehmedbašić, que está situado frente al café Mostar, se queda paralizado. A pesar de ser uno de los mejor preparados para el atentado, no puede controlar sus nervios y deja pasar la comitiva. Tampoco reacciona Čubrilović, si bien por motivos bien distintos. Los conspiradores no habían previsto la presencia de Sofía Chotek en el vehículo, pues no era habitual que Francisco Fernando fuera acompañado de su mujer en este tipo de actos. La excepción se explica por la cercanía de su aniversario de bodas, que debían celebrar el 1 de julio. La presencia inesperada de una mujer es, al fin y al cabo, la razón que lleva al segundo terrorista a no emplear sus armas.

Después de los dos primeros fracasos, la comitiva llega al cruce del puente Ćumurija, donde está situada la segunda pareja de terroristas. Mientras el público aplaude al paso de las autoridades, Čabrinović saca a relucir la sangre fría que le había faltado durante el viaje desde Belgrado a Bosnia, cuando, por miedo a ser descubierto, dejó sus armas en Serbia antes de cruzar la frontera. Observa que también su compañero Popović se queda paralizado, así que decide actuar rápidamente. Čabrinović se acerca a un policía y le pregunta quién es el archiduque. Al obtener una respuesta satisfactoria del despreocupado oficial, quita el seguro de la bomba y la arroja contra el tercer vehículo de la comitiva. Sin embargo, el conductor, percatándose de que un objeto ha sido lanzado contra ellos, decide acelerar. El artefacto rebota en la parte trasera, de tal forma que cae bajo siguiente el automóvil, donde viajan el barón Carlos von Rumerskirch, la condesa Lanjus von Wallenburg, el teniente coronel Eric von Merizzi y el conde Alexander von Boos-Waldeck. Sólo estos dos últimos resultan heridos, si bien se ven afectados por la metralla una veintena de personas más. Además, la explosión deja también su sello en el pavimento: un agujero de más de 30 cm de diámetro.

Una vez lanzado el artefacto, Čabrinović saca la cápsula de cianuro del bolsillo y la introduce en su boca. Traga el veneno antes de que la bomba caiga en la parte trasera del vehículo, y sin pensárselo dos veces, se lanza al río. En medio del desconcierto general, los tres primeros automóviles, con el fin de evitar nuevos peligros en su camino hacia el ayuntamiento, aceleran la marcha. También el resto de la comitiva, tras recoger a los heridos, abandona el coche averiado y avanza a rápidamente por el Embarcadero Appel. Gavrilo Princip y Trifun Grabež, apostados un poco más allá del puente Latino, piensan en un primer momento que el atentado ha tenido éxito. Sin embargo, pronto se dan cuenta de que el Gräf & Stift Double Phaeton del archiduque está intacto. Cuando pasa frente a ellos no pueden hacer nada debido a la velocidad que lleva. Es entonces cuando Gavrilo vuelve su mirada hacia el puente Ćumurija, al lugar donde ha caído su compañero Čabrinović.

El intento de suicidio del joven bosnio resulta un absoluto fracaso. Nada más caer al río, el estado de descomposición en el que se encuentra el cianuro, le lleva a vomitarlo. Queda tendido en medio de la corriente del Miljacka, cuya profundidad a su paso por ese punto de Sarajevo no supera los quince centímetros. Los primeros en llegar hasta allí son dos civiles que regentan comercios en la zona. Inmediatamente empiezan a increparle y a agredirle. Incluso uno de ellos, un barbero, amenaza con pegarle un tiro mientras saca una pistola de su bolsillo. Por suerte para Čabrinović, dos agentes, uno de ellos con ropas de civil, llegan antes de que el altercado vaya a mayores. El terrorista es detenido y conducido a dependencias de la policía.

Mientras ve como su amigo es arrestado, Gavrilo duda si debe dispararle para salvar al resto de los conspiradores. En poco tiempo descarta la idea y, en medio del desconcierto general que aún reina en el Emparcadero Appel, emprende la marcha hacia el puente Latino. Princip camina pensativo, convencido de que han perdido una oportunidad única. Sus compañeros se han dispersado tras la detención de Čabrinović. No sabe a dónde han ido, y tampoco si el archiduque mantendrá el itinerario previsto. Al llegar al puente se encuentra con varios policías que están desalojando la avenida. Es así como termina frente al café Moritz Schiller, en la calle Francisco José, donde se encuentra con su amigo y compañero de la Joven Bosnia Mihajlo Pušara.

A las once menos cuarto, tras escuchar el discurso de bienvenida del alcalde de Sarajevo y mantener una acalorada discusión con Oskar Potiorek, el archiduque decide cancelar el plan previsto e ir al hospital para visitar a los heridos del atentado. A propuesta del gobernador, toman de nuevo el Embarcadero Appel, pues es la vía más segura tras haber sido desalojado. Sin embargo, nadie informa a Leopold Lojka, conductor del Gräf & Stift Double Phaeton, que sigue el recorrido oficial. Esa ruta, publicada en el Sarajevoer Tagblatt esa misma mañana, prevé tomar la calle Francisco José en dirección al Museo. Es así como, al llegar al puente Latino, la comitiva abandona el Embarcadero Appel para tomar la calle donde está refugiado un confuso Gavrilo Princip. Ahora sí, Potiorek informa al chofer del cambio de planes, por lo que este se ve obligado a frenar y a dar marcha atrás hacia el puente. Sin embargo, debido a la gran cantidad de gente que rodea el vehículo entre aplausos y vítores, no resulta una tarea nada sencilla.

Una vez repuesto de la sorpresa, la reacción de Gravrilo es la de una fiera salvaje ante su presa acorralada. Aprovecha la lentitud en las maniobras del vehículo para acercarse a una distancia no mayor de cinco metros. Una vez allí, saca la pistola, una FN modelo 1910 de calibre 9 corto, y se prepara para disparar a Francisco Fernando. Un agente de seguridad se percata de lo que está sucediendo y corre hacia el bosnio con intención de evitar el atentado. Sin embargo, Mihajlo Pušara logra desequilibrarle con una patada en la rodilla justo antes de que llegue a la posición de Princip. Desde el suelo puede observar como este, desviando la mirada de su víctima, efectúa dos disparos. La primera de las balas alcanza al archiduque en la yugular, mientras la segunda, destinada realmente al gobernador Potiorek, hiere en el abdomen a Sofía.

Tras recibir el impacto, ambos permanecen en sus asientos como si no hubiera sucedido nada. Incluso algunos de sus acompañantes piensan que los disparos de Gavrilo no han cumplido su cometido. Sin embargo, sentado junto a ellos, Oskar Potiorek puede ver perfectamente como la bala ha perforada el cuello de Francisco Fernando. Ambos se miran e intercambian unas breves palabras: un reproche del archiduque al gobernador. Inmediatamente empieza a salir sangre por su boca, mientras se hace evidente que también el vestido de Sofía se empieza a teñir de rojo en la zona del impacto. Al tiempo que, con insistencia pero voz entrecortada, ordena al chofer dar marcha atrás. El rostro de Potiorek se torna pálido, casi como si él mismo hubiera recibido una de esas balas. Ponen rumbo a su propio domicilio para que Francisco Fernando y Sofía sean atendidos por su médico personal. Este ni siquiera tiene la oportunidad de atender a la duquesa, que fallece poco antes de llegar entre los lamentos de su marido. Tampoco será posible detener la inevitable muerte del archiduque, acaecida diez minutos después que la de su esposa.

Mientras tanto, al igual que había sucedido una hora antes con Čabrinović, Gavrilo Princip no se detiene a comprobar si su acción ha tenido éxito. Cumpliendo las órdenes que había recibido de Tankosić, mete la cápsula de cianuro en su boca y eleva la pistola a la altura de su cabeza para pegarse un tiro. Pero a su alrededor se desata la indignación entre los partidarios de la monarquía austríaca. Uno de los primeros hombres en lanzarse sobre Princip es Ante Velić, que impide su suicidio agarrando el brazo con el que sostiene la pistola. Inmediatamente se le suma un conglomerado de viandantes, miembros de la comitiva y policías. Todos se abalanzan sobre él con intención de arrebatarle el arma, pero también para golpearle e increparle. Gavrilo, mientras sostiene la pistola entre sus rodillas, cae al suelo y está a punto de morir estrangulado. En medio de una situación caótica, y con el archiduque y su esposa a las puertas de la muerte, los agentes de seguridad al fin logran poner algo de orden y rescatar a Princip de entre las manos de los enfurecidos ciudadanos. Sin embargo, este episodio aún les reserva un sobresalto más, pues el bosnio, al verse en manos de la policía decide soltar la bomba que lleva en su bolsillo. El artefacto no está activado, pero existe un riesgo real de que estalle si alguno de los presentes lo pisa. Rápidamente, entre el pánico generalizado, se desaloja el perímetro, lo que permite tanto retirar el explosivo como conducir a Gavrilo, escoltado por casi una decena de agentes, a dependencias policiales.

El estado de Princip al llegar a la enfermería del cuartel es lamentable. Tiene un brazo fracturado como consecuencia de su forcejeo con Ante Velić. Además, sus ropas están raídas por los empujones y agarrones de la multitud, y su nuca llena de hinchazones y sangre coagulada fruto de los golpes recibidos. El resto del cuerpo también está lleno de heridas, entre las que destacan las recibidas en el cuello cuando estuvo a punto de morir estrangulado. Por si fuera poco, al igual que le había sucedido a su compañero de atentado, el mal estado del cianuro le ha provocado vómitos acompañados de fuertes mareos.

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