Unificación basada en la fraternidad cristiana


El segundo fragmento de Por Europa aborda la cuestión de la unificación europea desde un punto de vista cristiano. Esto no nos ha de llevar a construir una Unión exclusivamente cristiana; lejos esta eso de los planteamientos de Robert Schuman. Se trata simplemente de basar el nuevo edificio europeo en los valores universales de ese credo; y, más en concreto, levantar el proceso integrador sobre los cimientos de la fraternidad entre los pueblos.

Frente a las terribles amenazas que hacen pesar sobre la humanidad los progresos vertiginosos de una ciencia orgullosa, nos vemos llevados de nuevo a la ley cristiana de una noble pero humilde fraternidad. Y por una paradoja que nos sorprendería si no fuésemos cristianos –quizá inconscientemente cristianos-, tendemos la mano a nuestros enemigos de ayer no simplemente para perdonar, sino para construir juntos la Europa del mañana (…) que esa idea de una Europa reconciliada, unida y fuerte, sea desde ahora una contraseña para las jóvenes generaciones deseosas de servir a una humanidad por fin liberada del odio y del miedo, y que vuelve a aprender , después de largos desgarramientos, la fraternidad cristiana.

(…)

Hay que preparar a los espíritus para que acepten las soluciones europeas luchando en todas partes no solo contra las pretensiones de la hegemonía y de la creencia en la superioridad, sino también contra las estrecheces del nacionalismo político, del proteccionismo autárquico y del aislamiento cultural. Todas esas tendencias, que nos ha legado el pasado, han de ser substituidas por la noción de solidaridad, es decir, la convicción de que el verdadero interés de cada uno consiste en reconocer y aceptar en la práctica la interdependencia de todos. El egoísmo ya no compensa.

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Europa adquirirá un alma en la diversidad de sus cualidades y de sus aspiraciones; la unidad de las concepciones fundamentales se concilia con la pluralidad de las tradiciones y de las convicciones con la responsabilidad de las opciones personales. La Europa contemporánea deberá ser hecha de una coexistencia que no sea una simple aglomeración de naciones rivales, periódicamente hostiles, sino una comunidad de acción libremente concertada y organizada.

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