Los caudillos mexicanos del XIX

Artículo publicado por la web Club Lorem Ipsum el 29 de abril de 2007.


De Miguel Hidalgo a Porfirio Díaz el siglo XIX mexicano es la historia de sus caudillos y héroes que, con más o menos suerte, guiaron los pasos de la nación americana.

En la tradicional pugna de los grandes personajes con el devenir histórico, Enrique Krauze nos presenta Siglo de caudillos. Con este recorrido por la Historia decimonónica de México pretende, sin caer en los extremos que considera erróneos -el culto a la personalidad y la negación de la intencionalidad individual-, aportar su pequeño granito de arena a la polémica. La nación de los antiguos aztecas es resultado de numerosos factores, no sólo la acción de sus élites. Sin embargo, la actuación de estas personas pesó en su configuración final. Esa es la línea argumental que sigue esta investigación con apariencia de novela.

Enrique Krauze se sirve de una celebración -el centenario del “Grito de Dolores”, hito fundamental en el proceso de independencia mexicano-, para iniciar su repaso histórico. Desde esa atalaya de repasa cien años de Historia marcados por dos visiones bien diferenciadas, la liberal y la conservadora. No obstante, ambas coinciden en un punto: tratar a sus padres ideológicos como héroes y a los contrarios como traidores.

La obra parte de la historiografía liberal de la época de Porfirio -personificada en los discursos, monumentos, fiestas y avenidas de la capital- con el fin de criticar su excesivo partidismo. A continuación el autor plantea una reflexión histórica más imparcial -alejada de esa Historia de dioses y demonios- que recupere para México esos protagonistas que la historiografía oficial de principios del XX dejaba a un lado.

A continuación la obra nos muestra con detalle la vida de los principales caudillos de México que, a modo de guías, nos permiten también repasar la Historia de esa nación.

Es más, no faltan en la obra capítulos que, sin tener como protagonista a ninguno de estos personajes, tratan de situarnos en los acontecimientos mexicanos del momento. Por tanto, estos epígrafes son, al mismo tiempo, nexos de unión entre la vida de los diferentes líderes y perspectivas generales de la situación del país.

Además, Krauze nos ofrece también la visión que, en las sucesivas épocas, se ha tenido de estas grandes figuras. Las dos primeras nos muestran lo cerca que se movieron en la década de 1810 la revolución y el sentimiento religioso. No obstante, son muchas las diferencias que se aprecian entre el cura Hidalgo y José María Morelos. El primero se nos presenta en esta obra como un loco, un visionario que desató una orgía de saqueo y muerte sin más finalidad que la propia atrocidad vengativa.

Por el contrario, Morelos si parecía tener un proyecto que poner en práctica tras la guerra. Fue un personaje más equilibrado, ordenado y pragmático; un hombre capaz de legislar con más respaldo que el mero providencialismo de Hidalgo. El de Valladolid de Michoacán demostró una vez más ser superior a su antecesor al no retractarse ante el tribunal que lo juzgaba. José María Morelos murió sin traicionar a sus ideas y a sus compañeros de revolución.

Agustín de Iturbide es la siguiente figura que nos presenta Enrique Krauze. Destaca su magistral actuación en Iguala y su lucha incansable contra la anarquía desatada por los “curas revolucionarios”.

Sin embargo, a juicio de numerosos contemporáneos –Simón Bolívar entre ellos- su gran error fue aceptar la corona imperial en 1822. Esta, a la postre, resultó ser una trampa que lo arrojó sin remedio al infierno de la historiografía mexicana. A juicio del autor, Agustín I abdicó sin ofrecer resistencia por su temor a la anarquía que, inevitablemente, una guerra civil tendría que desatar.

Su vida se movería entre ese miedo y su ansia de poder. Ambos elementos lo llevaron a coordinar la concordia Trigarante, pero también al exilio en Europa tras la rebelión de Santa Anna. Es precisamente esta figura, cuya vida corrió paralela a la de la nación desde Casamata hasta Ayutla, la siguiente en salir al escenario de caudillos fabricado por Enrique Krauze. Este militar, a pesar de su intermitencia en el poder, fue el alma de México entre 1822 y 1854; el líder sediento de gloria al que el país siempre pudo recurrir en los momentos de dificultad.

Santa Anna fue un hombre al que le aburría la tarea de gobierno, de ahí su confianza en la labor del vicepresidente Gómez Farias y sus habituales retiradas de la vida pública. Como el México de su tiempo, parecía encontrarse cómodo en la anarquía, en el rol de salvador. Sin duda este personaje nació para esa época de la Historia mexicana; en periodos de estabilidad hubiera pasado –nos dice el autor- totalmente desapercibido.

Antes de adentrarse en el México de Benito Juárez y Porfirio Díaz, Krauze dedica un amplio capítulo a lo que llama “Biografía del saber”. En él aborda la cuestión ideológica de liberales y conservadores acudiendo a las figuras de sus padres intelectuales: José María Mora –“el futuro como un proceso de liberación”- y Lucas Alamán –“el futuro como un proceso de preservación”-.

Estos personajes guiaron las ideas de ambos partidos hasta el periodo comprendido entre los años de la derrota contra los EE.UU. (1848) y el posterior final del general Santa Anna (1854). Después de esos hechos fueron otros los ideólogos que, manteniendo las líneas fundamentales de los planteamientos de Mora y Alamán, azuzaron el debate político de la nación.

La crisis de 1848 marcó el inició de un cambio que culminó en México seis años después. Toda una generación de estadistas, teóricos y militares desapareció del panorama político para dejar paso a una nueva hornada de caudillos.

El fracaso de los primeros cincuenta años de independencia era fruto de la inoperancia de los líderes recién retirados del gran teatro del poder, pero también el de una clase social: los criollos. El relevo no fue, como destaca Enrique Krauze, únicamente de tipo generacional; el gobierno pasó a manos de mestizos e indios como Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Ignacio Comonfort y, sobre todo, Benito Juárez y Porfirio Díaz.

Estos hombres que trataron de reformar México en medio de dificultades, guerras civiles, invasiones extranjeras e imperios fabricados desde el Viejo Continente –Krauze dedica también un epígrafe a Maximiliano I-, iban a guiar a su país hasta el centenario de su independencia.

Como hemos indicado, se trataba de una nueva generación no perteneciente al criollismo. Sin embargo, también se produjo un relevo en el ámbito profesional: ya no eran religiosos y militares los que acaudillaban México, estos personajes surgidos a mediados del XIX eran abogados, ingenieros, médicos… las profesiones liberales iban a gobernar la nación desde ese momento.

Siglo de caudillos termina con la revolución que llevó a Porfirio Díaz al exilio en 1911. Con este personaje comenzaba Krauze su obra, y con él da por finalizado un ameno repaso al siglo XIX mexicano.

Nos encontramos, al fin y al cabo, ante un trabajo que, a pesar de sus numerosas lagunas –fruto del modelo prosopográfico escogido por el autor- sabe despertar en el lector el interés por la cuestión mexicana. Enrique Krauze no nos ofrece un repaso exhaustivo de la Historia de México. Sin embargo, todo aquel que tenga una mínima base sobre los asuntos planteados, valorará esta obra como un tesoro y, por qué no, como fuente de conocimientos.

Bibliografía:

[1] Siglo de caudillos; Enrique Krauze – Barcelona – Tusquest – 1994.

[2] Historia Universal Contemporánea I; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] La emancipación de Hispanoamérica; Jaime Delgado Martín.

[4] Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826; John Lynch – Barcelona – Ariel- 2008.

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