Budapest, 23 de octubre de 1956

Crítica y contextualización de «La Batalla de Budapest. Historia de la insurrección húngara de 1956», obra de Ricardo M. Martín de la Guardia, Guillermo A. Pérez Sánchez e István Szilágyi publicada en 2006. El libro incluye en las notas al pie breves biografías de los principales protagonistas de esos hechos; me he tomado la libertad de reproducir esos textos en Historia en Comentarios. Para ver la relación de personajes, pulsa aquí.


23 de octubre de 1956: con el fin de apoyar las reformas emprendidas por la nación polaca, Hungría sale a la calle. Se trata, pues, de un acto de solidaridad entre vecinos que comparten un destino paralelo; pero también el deseo, por parte de los húngaros, de gozar de esos privilegios –un comunismo de carácter reformista- que les han sido concedidos a sus compañeros del norte. De esta manera, el inicial apoyo a Polonia va transformándose poco a poco en una concentración reivindicativa. Protesta que llevará a la nación húngara por el tortuoso, a la par que glorioso, camino de la revolución.

La libertad será finalmente la causa de una lucha que, a modo de representación en varios actos, acabará en tragedia.

Llegados a este punto cabe preguntarse si realmente, tal como hemos afirmado al comienzo, salió Hungría a la calle; es decir, si gozaron las reivindicaciones del día 23 y los posteriores hechos revolucionarios del apoyo de los húngaros. Para aquellos autores que defiendan una visión “romántica” de los sucesos de Budapest, entre los que sin duda cabe destacar a Peter Fryer, autor de Hungarian Tragedy, la respuesta será un claro y rotundo si. No obstante, también encontramos posturas más escépticas en torno a los hechos de octubre y noviembre. Charles Gati, por ejemplo, llega a afirmar que el pueblo húngaro se encontraba dividido entre revolucionarios y defensores de las posturas pro-soviéticas.

¿Dónde situar, pues, la obra que nos ocupa? ¿Es La Batalla de Budapest un estudio que viene a respaldar las teorías “románticas” acerca del 1956 húngaro? Sin duda, la investigación llevada a cabo conjuntamente por Ricardo Martín de la Guardia, Guillermo A. Pérez Sánchez e István Szilágyi profundiza en el aspecto heroico de la revolución. No obstante, esa tendencia a resaltar la búsqueda de libertad por parte de los húngaros se nos presenta en esta obra con toda su complejidad. Por esa razón, aunque esté más cercano a la órbita de los mitificadores, no cabe clasificar dentro de ninguno de los dos grupos el trabajo de estos historiadores.

La Batalla de Budapest. Historia de la insurrección húngara de 1956 nos relata con todos sus matices, escapando de las visiones simplistas que reducen todo a blanco o negro, los sucesos acaecidos en Hungría y, por extensión, en todo el Bloque Soviético, entre octubre y noviembre de 1956. Sin embargo, los autores, con el fin de presentar al lector un panorama más amplio que permita la mejor compresión del texto, realizan un breve repaso de la Historia húngara bajo la dominación soviética.

Al comienzo del libro se nos relatan, de forma resumida pero completa, los acontecimientos que precedieron al año 1956; a la sazón: el final de la II Guerra Mundial, el triunfo del comunismo filosoviético por medio del frentepopulismo, los años de Mátyás Rákosi al frente del MDP, y la crisis de los postulados estalinistas en Hungría. Posteriormente se narran, de manera pausada y detallada, los acontecimientos revolucionarios, la intervención soviética, y la represión que siguió a estos sucesos. Finalmente, de forma muy resumida, se esboza tanto el camino seguido por la Hungría de János Kadar como por la nación poscomunista a partir de 1988.

Una vez descrito el marco temporal del libro, procederemos a adentrarnos en aquellos aspectos relacionados con la insurrección de 1956. Como bien relata la obra que nos ocupa, existía en la nación magiar un profundo deseo de cambio; y con él, un político que personificaba, a los ojos del pueblo, ese ideal reformista. Imre Nagy, miembro del MDP, había defendido durante su periodo en el gobierno el establecimiento de un socialismo reformado.

Sin embargo, a causa de la férrea oposición del ala estalinista-rakosista, su proyecto no pudo llevarse a cabo. Con Nagy fuera de los círculos de poder, Hungría continuó -como ciego que va hacia el precipicio- andando la senda marcada por la vieja guardia comunista. Resultaba evidente que algo debía cambiar en la forma de llevar los asuntos de Estado. Y, sin lugar a dudas, personajes como Mátyás Rákosi, Ernö Gerö y András Hegedus –en el caso de que hubieran estado dispuestos, cuestión más que dudosa- no eran los adecuados para introducir esas reformas.

De esta manera, aprovechando las manifestaciones en apoyo al comunismo polaco reformado, el pueblo húngaro emitió su veredicto: querían cambios, querían a Imre Nagy.

A ese ansia de libertad existente en Hungría como consecuencia de la opresión llevada a cabo por el régimen rakosista, hemos de añadir, a modo de causa de los hechos revolucionarios, la penosa situación económica que atravesaban los magiares durante ese periodo. Una planificación al servicio del Bloque Soviético, que ignoraba las propias potencialidades y sectores tradicionales del mundo económico húngaro, fue causa del descontento generalizado entre las clases trabajadoras del país. Además, este sistema elaborado desde las más altas esferas del comunismo internacional, cuyo principal beneficiado era la URSS, lejos de solucionar los problemas de la crisis y la pobreza, los agravaba. Por tanto, resulta fácil entender que, tanto entre la población como dentro del MDP, surgiera una enconada oposición hacia la clase dirigente.

La Batalla de Budapest muestra de forma clara esa fractura existente dentro del comunismo húngaro: se aprecia desde el comienzo de la misma la enorme diferencia que separaba a Nagy y sus seguidores de Rákosi y la inmensa mayoría del MDP. Sin embargo, también desde los primeros capítulos, se sigue la evolución de la que estaba llamada a ser la otra gran figura –la tercera fractura- del comunismo húngaro.

János Kadar, político represaliado durante los terribles años de Rákosi, se nos presenta como un personaje siniestro, como un auténtico camaleón.

El hombre que a la postre gobernó Hungría durante más de treinta años no era un revisionista del ala de Nagy, pero tampoco un rakosista. El personaje de Kadar aúna unas profundas convicciones comunistas y una insaciable ansia de poder. Ambos elementos le permitieron descubrir durante la Revolución cuál era el camino adecuado para la consecución de sus propios fines: una interesada colaboración con Imre Nagy hasta que llegase el momento de recurrir a Moscú, o de que los hombres del Kremlin recurrieran a él.

El 23 de octubre fue el día señalado para que el polvorín húngaro, descrito hasta ahora, estallase. Los hechos se precipitaron a gran velocidad: la desaparición de los restos del régimen estalinista, la subida de Nagy al poder, la rehabilitación de Kadar y las reivindicaciones populares. Es justamente en este último elemento donde vamos centrar nuestra atención. Los revolucionarios, en su mayoría jóvenes universitarios formados bajo el sistema soviético, querían a Imre Nagy, al comunista reformista, pero sus deseos iban más allá. El nuevo líder de la insurrecta Hungría era, al fin y al cabo, un hombre del MDP, con unas convicciones ideológicas y sujeto a cierta disciplina de partido. Su proyecto era válido para junio de 1953, e incluso también para el 22 de octubre de 1956, pero resultaba insuficiente para la nación levantada en armas el día 23.

La Batalla de Budapest hace hincapié en esa bicefalia de la propia revolución: el poder oficial personificado en Imre Nagy, y el poder popular surgido a raíz de los distintos movimientos cívicos, intelectuales y militares. No cabe duda de que ambos, como forjadores de una nueva y breve Hungría, se respetaron y respaldaron. Sin embargo, leyendo las páginas de la obra que nos ocupa, se comprueba que el gobierno reformista no logró controlar la situación hasta que no aceptó las reivindicaciones populares más extremistas: democratización del país, apertura a Occidente, salida del Pacto de Varsovia… Da la sensación de que, hasta ese momento, Imre Nagy no es más que un muro de contención puesto por los comunistas para mantener aquello que se pueda salvar. Solo cuando el líder húngaro hace suyas esas reclamaciones, poniéndose al frente de la revolución, controla realmente la situación interna del país –la externa dependía de la URSS-, ganándose así el respeto y obediencia de todos los movimientos revolucionarios.

Como ya sabemos, el sueño húngaro fue aplastado por la maquinaria militar soviética mediante la “Operación Tornado”, iniciada por el mariscal Georgy Zhukov el 4 de noviembre.

El cariz tomado por los hechos revolucionarios y el cambio de postura de gobierno húngaro a partir del 28 de octubre alarmaron a los ya de por sí sensibles hombres del Kremlin. Llegaba, pues, la hora de János Kadar que, bajo el patrocinio de Yuri Andropov y con el respaldo de la URSS, iba a convertirse en el hombre más poderoso de Hungría. Las maniobras llevadas a cabo por el antiguo represaliado repugnan por su cinismo y falta de escrúpulos, pero no sorprenden si se tiene en cuenta el doble aspecto de su personalidad: ansia de poder y fidelidad extrema a Moscú.

¿Pudo haberse evitado la intervención armada del Pacto de Varsovia? ¿Existía alguna posibilidad de que Imre Nagy estableciese en Hungría un sistema similar al que Gomulka alcanzó para Polonia? Charles Gati culpa a los húngaros por tratar de ir demasiado lejos; afirma que la nueva élite soviética –los dirigentes que condenaron el estalinismo en el XX Congreso del PCUS- estaba abierta a un socialismo reformado en Hungría. Por su parte, autores como Paul Lendvai, Lászlo Eörsi y Andras Gervai, además de insistir en lo imprevisibles que resultaban las decisiones de la cúpula soviética, afirman que las reformas moderadas abogadas por Gati no habrían sido ni tan siquiera posibles.

Mantienen, pues, que los húngaros no creían que reformar el sistema comunista fuera suficiente. Para los revolucionarios, era todo o nada. A este respecto los tres autores de La Batalla de Budapest parecen defender la tesis de que la invasión resultaba inevitable. Desde el momento de su repliegue inicial, las tropas soviéticas estaban preparando la ofensiva definitiva. Sea como fuere, Budapest cayó bajo los ejércitos del mariscal Zhukov, y los líderes de la revolución fueron objeto de la posterior represión.

Hasta ahora hemos descrito la insurrección húngara desde un punto de vista casi exclusivamente interno. Sin embargo, esos acontecimientos y su desenlace final no pueden entenderse atendiendo únicamente al territorio magiar, hay que observarlos también a la luz de una óptica internacional. Dos países vecinos de la República Popular de Hungría van a influir de manera notable en el surgimiento de la revolución de 1956. En primer lugar hemos de hablar de Austria, cuya cuestión se había resuelto un año antes (1955). Los austriacos se habían integrado de lleno en el mundo occidental gracias a los acuerdos alcanzados por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Como consecuencia de esto las tropas soviéticas acantonadas en este país tuvieron que abandonarlo, siendo Hungría el destino escogido para su nuevo emplazamiento.

Tanto la libertad alcanzada por la limítrofe Austria, como la presencia más numerosa del Ejército Rojo en el propio territorio, fueron factores determinantes que empujaron a los húngaros a buscar mejorar su propia situación; gritaban “ruszkik haza!”.

En segundo lugar nos ocuparemos de una nación que hemos mencionado más arriba: Polonia. A principios de otoño de 1956, los polacos lograron aquello por lo que llevaban luchando los revisionistas húngaros desde 1953; y Moscú había aceptado ese cambio dentro de uno de sus territorios satélite ¿Porqué iba Hungría a ser diferente? Eso mismo debieron pensar los húngaros cuando salieron a la calle el día 23, precisamente por Polonia.

La URSS fue, junto con Hungría, la principal protagonista de los acontecimientos que nos ocupan. Esto se debe a que, con independencia de los que sucediese en territorio húngaro, y ante la escasa o nula reacción internacional, la suerte de la nación iba a decidirse en los despachos del Kremlin. Desde su nacimiento, la insurrección vivió bajo la amenaza constante de una posible invasión por parte del Ejército Rojo; un ataque que sin remedio acabaría con todas sus esperanzas de cambio y apertura. Por tanto, resulta de vital importancia tratar de comprender cómo se veía desde la Unión Soviética la revolución húngara. Y, sobre todo, preguntarse qué consecuencias hubiera tenido su triunfo para el sistema de bloques sancionado en Yalta.

Nikita Kruschov, cuyo liderazgo al frente del PCUS todavía no estaba del todo asentado por aquel entonces, pudo ver en las reivindicaciones magiares un peligro para su posición dentro del partido.

En efecto, la lucha por el poder continuaba en el Kremlin, y el sector cercano a Malenkov podía haber echado en cara al líder soviético su actitud blanda hacia Polonia y Hungría. No obstante, la posición de Kruschov no era la única que podía tambalearse. Existía el riesgo de que todo el Bloque Soviético se viniese abajo, como fichas de dominó, si en Hungría triunfaba la revolución ¿Quién hubiera sido el siguiente? ¿Rumania? ¿Checoslovaquia? ¿La RDA?… Además, no se podía descartar una intervención occidental en tierras húngaras, con todo lo que esto hubiera supuesto para el desarrollo de la Guerra Fría. Nos queda todavía por enumerar un último elemento dentro de todo esta lista de peligros para la URSS y su máximo dirigente: Hungría podía convertirse en una nueva Yugoslavia, e Imre Nagy en otro Tito. Es fácil entender tras esta explicación la necesidad que los soviéticos tenían de mantener el orden de posguerra en el territorio húngaro: los magiares debían permanecer en el Pacto de Varsovia y someterse a la doctrina de la soberanía limitada.

¿Qué sucedió en Occidente mientras miles de húngaros luchaban por librarse del yugo soviético?

Los enemigos del socialismo real no supieron aprovechar la ventajosa situación que se les presentaba; y con ello condenaron a Hungría, y a las restantes naciones del Este, a una esclavitud que se prolongó por tres décadas. Radio Europa Libre daba esperanzas a los combatientes magiares, pero la realidad difería notablemente de lo que se transmitía a través de las ondas. Occidente quería la libertad de Hungría, pero lo pedía un imposible: alcanzar la occidentalización en una lucha cuerpo a cuerpo contra la superpotencia soviética. El mundo capitalista tardó en darse cuenta de la opotunidad que se le presentaba; su tardanza fue mortal para la nación húngara. Únicamente las protestas de plataformas cívicas, las intervenciones informales de algunos políticos, y los manifiestos de la intelectualidad occidental, desviaron la atención de la opinión pública –centrada en el conflicto de Suez- hacia los sucesos húngaros.

No obstante, los comunistas occidentales si que se vieron afectados por ese otoño de 1956. El rostro despiadado mostrado por la URSS –el verdadero talante del socialismo real- sirvió para que a muchos miembros de los distintos partidos nacionales se les abrieran los ojos. El número de afiliados dentro de los mismos se redujo notablemente, no solo por la actuación soviética, sino también por el respaldo incondicional mostrado por sus líderes en Francia e Italia. La versión oficial soviética sobre los acontecimientos húngaros, aquella que la tildaba de contrarrevolución llevada a cabo por elementos fascistas ajenos a la realidad del pueblo magiar, fue la que propagaron a los cuatro vientos los partidos comunistas occidentales. La defensa de esta interpretación y la tarea de silenciar los actos represivos de la URSS sobre el pueblo y los líderes húngaros, sirvió para que Occidente se percatase del papel servil que cumplían los grupos de extrema izquierda establecidos en los países capitalistas.

La Batalla de Budapest ofrece al lector un amplio conocimiento acerca de la aventura emprendida por el pueblo húngaro en octubre y noviembre de 1956. Es, en definitiva, una obra amena que evita un lenguaje farragoso, cumpliendo así con su finalidad divulgativa. No obstante, la comprensión de lo que se nos presenta en esta investigación resulta más completa si se posee una mínima idea acerca del contexto histórico en el que se desarrollaron los hechos. Por esta razón, es recomendable repasar brevemente algunos manuales de Historia que aborden la cuestión de Europa del Este durante la Posguerra.

Bibliografía: 

[1] La Batalla de Budapest. Historia de la insurrección húngara de 1956; Ricardo M. Martín de la Guardia, Guillermo A. Pérez Sánchez, István Szilágyi – Madrid – Actas – 2006.

[2] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus – 2006.

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